¡Jóvenes pobres!
NUESTROS jóvenes de hoy en día aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad, muestran muy poco respeto por sus superiores y pierden el tiempo yendo de un lado para otro, y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y tiranizar a sus maestros”. Creerán ustedes que parafraseo a algún pensador actual, sociólogo, filósofo o psicólogo. Acaso un sesudo teórico de las tuberías del poder, si en tales faenas hoy estuvieran gentes tan despiertas como antaño. Fontaneros, les llamaban. Arquitectos sociales de hoy.
No, la expresión es de Sócrates, discípulo Platón, discípulo Aristóteles,, preocupado el negacionista de la escritura por la evolución de quienes tienen la responsabilidad de generar las nuevas sociedades pese a haber recibido herencias de dudosa calidad de quienes antes que ellos tuvieron el deber de haberles entregado las mejores cañas para pescar.
Desde entonces han transitado 24 siglos largos y es cierto que todos esos atributos nos concederían hoy la consideración de una etapa socrática... si no fuera porque tienen absolutamente vedado el lujo. Una lectura de nuestra juventud, comprensiva sin condescendencia, empática sin concesiones artificiales, justa que no justiciera, nos permitiría dar la vuelta al titular de esta rienda suelta de ayer. Además de exclamar ¡qué pobre juventud!, debemos lamentar la juventud pobre. La que sufre el paro, la que está confusa en la indefinición, la encauzada hacia una educación mediocre que no merece, la única generación con menos remuneración que la precedente en tiempos de paz, la estigmatizada, la que ha perdido un año confinada, el chivo expiatorio de la pandemia, a la que han robado la luz y el túnel. Eppur si muove. Son los mejores.