Opinión
Por
  • Javier García Antón

El hijo del pastor

carrasca de Lecina
Celebración del éxito de la Carrasca de Lecina.
S.E.

LA TARDE en Lecina se quedó para una contemplación del horizonte, como recomienda Álex Rovira en Alegría. En la era de la Castañera de Carrasco, el panorama relajante es verde. Siete metros de perímetro de tronco, 27 de copa y 16,26 de altura vegetal abarcan una inmensidad. La Carrasca de Lecina quedó somnolienta después de la algarabía de la hora de la siesta, cuando se supo que quedaba declarado Árbol Europeo del Año. Los méritos de tan fastuoso ejemplar, rodeado de sus leyendas, sus historias, sus amoríos y sus travesuras infantiles. Incluso de la contemplación de los carboneros tentados por el derribo en tiempos de necesidad. Mucha leña, tanta como alborozo y júbilo. Alegraba la escena. Once días antes, cuando disfruté de su magnificencia, apenas un funeral y un puñado de vecinos afables. El miércoles, multitud de autoridades y visitantes. El hito lo requería.

En toda celebración, se obvian las ausencias. La que yo percibí en las imágenes era la del hijo del pastor de Sarsa de Surta. Estaba analizando metódicamente, como durante un mes largo -y como antes con el Árbol Español del que apenas nos percatamos nadie-, las estadísticas: en la última semana, 5.403 votos de media diaria de Lecina, 3.709 de Italia y 1.444 de Rusia. Todo febrero, a las 19:00 horas, Daniel Vallés me enviaba el escrutinio, desmenuzado en todos los indicadores y vaticinaba la evolución. Había puesto algunos dineros suyos, sin pólvora del rey, -pese a su desempleo- para impulsar el efecto en redes. Y me había pedido intermediación con medios nacionales además de contagio a posibles “embajadores” por wasap. Muchos quisieron ver en la espuma del cava su figura. Pero disfrutaba discretamente del éxito de una estrategia generosa. Como la Carrasca. En la paz de Dios.