Opinión
Por
  • Javier García Antón

Las hijas de Víctor

Víctor Castillón librerías
Víctor Castillón en su librería en Barbastro
A.H.

CADA libro que veis tiene alma. El alma de quien lo escribió y el alma de quienes lo han leído y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro se lee, su alma crece y se hace más fuerte. En un tiempo en el que el conocimiento tiene poderosos enemigos, esta formulación de El Mercader de Libros de Luis Zueco es similar a otra de Ruiz Zafón en La Sombra del Viento. Uno de sus valores indestructibles frente a la agresión de la oscuridad. Y, a su vez, una responsabilidad para los guardianes, sea en el cementerio de los libros olvidados, sea en esos templos de la belleza y del saber, de la claridad, de la humanidad que son las librerías. Cancerberos de las virtudes. Las cardinales porque en las letras y entre líneas ejercitan la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Las teologales porque los lomos albergan la fe radicada en el pasado, la esperanza que trasciende a los visionarios y se democratiza para todos, y el amor que liga todas.

Víctor Castillón, voz suave, modales exquisitos, verbo de hierro en gesto de seda, profundiza en la herencia de los dos Víctor Castillón que desde 1927 han sostenido el pequeño edén de Barbastro en el que escritores, editores y lectores escuchan los coros celestiales de la literatura mientras suena una lira metafórica. Ha sido galardonado por su trayectoria, que abraza la excelencia sutil y armónica. Con humildad, el defensor del junco transformado en papel reitera la condición de salvavidas de los libros.

Y, mientras, prepara a la cuarta generación, a Victoria y a Carmen, para que cultiven con delicadeza la pasión propia y universal por el género humano. Un ser necesitado de dioses y de patrias hábilmente hilados en letras, palabras y frases. El legado del bien queda en manos de su libertad.