Opinión
Por
  • Javier García Antón

San Juan de la Peña

San Juan de la Peña Rito Romano Hora Sexta
Celebración del 950 aniversario de la implantación del rito romano en el Monasterio de San Juan de la Peña.
Miguel Ángel Luquin

JUSTO ES confesar que, desde que leí “El fuego invisible” de Javier Sierra, las visitas a San Juan de la Peña adquieren otro prisma. Comienza ya al paso por Jaca y su Catedral de San Pedro y la iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós, en la que transcurre uno de los episodios más místicos de la galardonada novela.

Ese románico tan magnético da paso en el Real Monasterio a una sensación superior, dotada de una presencia que se antoja suprema. Bajo la enigmática roca me invade Parménides de Elea, el primer pensador que hurgó en el manantial del que emanan las grandes ideas con la técnica de la incubación: encerrarse días sin alimento ni agua en una gruta, inmóvil, sólo en el universo, hasta que los dioses se manifiesten con el dictado de sus enseñanzas.

No se puede visitar el embrión de Aragón sin frío ni escalofrío. La humedad cala los huesos y la impresión de ser observado por las vivencias de las piedras, de las que fluyen cantos gregorianos, oración, testimonios, reyes y religiosos nos invita a disfrutar de una experiencia espiritual. En la conmemoración de la Hora Sexta de 22 de marzo de 1071, 950 años después, Félix Longás hace volar nuestra imaginación -individual y coral- por esa roca que es cielo y suelo, que es trascendencia y es humanidad, recubierta de pinturas que se deslizaban hacia los tapices que vistieron las paredes del templo hoy desnudas. Todo fluye en la extraordinaria fascinación de la liturgia romana, acompañada por la razón histórica y la fe en el futuro que predica el obispo Ruiz. La luz que nos anima en el rito, la inmersión en las centurias pretéritas, la pasión por el presente, la esperanza en lo por venir. Brotan las ideas y la confianza. La vida se hace eterna. Y San Juan de la Peña ya es íntimamente nuestro. En la comunión con todos.