Opinión
Por
  • Francisco Muro de Iscar

Degradación y dignidad de la política

Imagen del hemiciclo del Congreso de los Diputados
Imagen del hemiciclo del Congreso de los Diputados
EP

Tanto quejarnos del bipartidismo imperfecto, como uno de los males de nuestra política reciente, y resulta que ahora, después de acabar con él, lo añoramos. Hay que reconocer que no lo hemos hecho muy bien. Hemos pasado de dos partidos hegemónicos, con apoyos externos puntuales para gobernar, que eran capaces de negociar algunos grandes temas pese a sus diferencias, a dos bloques incapaces de dialogar ni consensuar nada.

Cuando parecía que había un nuevo mapa político, más plural, más cercano a la realidad, lo que ha sucedido es que hemos acabado en un frentismo descalificante y descalificador en el que es imposible acordar un proyecto de país. Y ni siquiera ese mapa es estable, porque a Ciudadanos le quedan dos telediarios y Podemos puede irse tal como vino o, al menos, dejar de ser relevante en el circo político. Habrá que saber, además, qué será el PSOE después de Sánchez, si queda algo, y cómo acaba la batalla de la derecha entre el PP y Vox. No hay nada escrito, como demuestra cada día.

A algunos nos gustaría que la política fuera "aburrida", es decir que los políticos se dedicaran a gestionar nuestros intereses, pero no es así. Lo que predomina es el tacticismo -"hoy contigo, mañana no; aquí contigo, allí sin ti- y el deseo de quebrar al adversario utilizando todo tipo de artimañas, honestas o deshonestas.

Priman intereses cortoplacistas -las próximas elecciones, una oportunista moción de censura, cambiar de socios sin romper con los anteriores- y nadie tiene una idea de España, un proyecto integrador. No se busca mejorar o cambiar el sistema político en la honesta lucha electoral sino dinamitarlo y destruirlo desde dentro o con alianzas contra natura. Sucede en el conjunto nacional, pero también en Cataluña, donde el PSOE, que forzó las últimas elecciones, se ha convertido en un partido marginal, Ciudadanos se ha hundido, el PP no existe y donde ERC, con el apoyo de la CUP, y Junts juegan una batalla de intereses particulares, que dejan a los ciudadanos catalanes en el último lugar. El poder por el poder.

Necesitamos gestores, hoy más que nunca, pero también hombres de Estado que piensen más allá de cortos intereses o de las próximas elecciones y que tampoco estén buscando el exclusivo interés partidista. Decía Ortega en su "España invertebrada" que, frente a la solidaridad, algunos promueven la desintegración y que los particularismos priman sobre la convivencia. "Desde hace mucho tiempo, mucho, siglos, dice Ortega, pretende el poder público que los españoles existamos no más que para que él se dé el gusto de existir. Como el pretexto es excesivamente menguado, España se va deshaciendo, deshaciendo...".

El mapa político, hoy, no está cerrado ni mucho menos. Está más abierto y más inseguro que nunca en la derecha y en la izquierda. En buena parte depende del poder casi absoluto de los partidos y de sus pactos ocultos, pero también del silencio de los ciudadanos. Cuanto más callados estamos, de más poder se apropian los partidos. Cuanto más aceptamos la falsa corrección política, una nueva forma de censura que impide llamar a las cosas por su nombre, más cancha damos a los "salvapatrias". Cuanto más toleramos una educación que fomenta el gregarismo y el pensamiento único, menos futuro tenemos como sociedad libre.

A España la tienen que vertebrar los ciudadanos que piensan y deciden y que no se someten a la dictadura de los partidos. Del signo que sean. Hay exigir respeto al Estado de Derecho y combatir abiertamente la deshonestidad institucional y constitucional que practican, en distinta medida, casi todos los partidos. Esa es la peor degradación de la política. Y se puede, claro que se puede recuperar la dignidad en la política.