Opinión
Por
  • Javier García Antón

El descanso del teatro

Teatro de Robres
Teatro de Robres
Pablo Segura

EMBEBIDOS como estábamos hace un año en las primeras jornadas de confinamiento, concebidas para lo efímero, nunca pudimos creer que el Día Mundial del Teatro iba a vivir un segundo aniversario pandémico. Es como si la acritud humorística de Groucho Marx, he disfrutado mucho con esta obra sobre todo en el descanso, se hubiera prolongado eternamente para los amantes del arte de Talía. Y, sin embargo, el espíritu de la musa rural, pizpireta, expresiva, se nos hace hoy insoportablemente ausente, urgentemente necesario. Es el alma de la utilidad de lo inútil que plantea el Manifiesto de Nuccio Ordine, o la proclama del dios moderno del absurdo, Ionesco: si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya.

Ayer, me despertó Luis Casáus con el recordatorio y un precioso video sobre ese pueblo teatral que es Robres y del que la compañía es si acaso la extensión hacia las estrellas hasta con televisión propia, todo es interpretación. Todo es humor y amor, todo son risas y llantos, sufrimientos y disfrutes, blancos y negros y grises, casas de Bernarda Alba donde yace Yerma, floridos pensiles con los que reír hasta que Medea grita, bodas de sangre que, como en los orígenes, unirán lo pretérito con lo por venir en el soñado corral de comedias.

Es el universo, es el aire de los pueblos, la respiración de Biescas o Almudévar, el glamur del Olimpia. Es Sófocles, Esquilo y Eurípides, y Lorca uniendo en el escenario la poesía y la humanidad, como escribía ayer Vicen Mateo. Y somos todos, en esta tragedia que será comedia cuando volvamos, en plenitud, al teatro. El descanso llega a su fin.