Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

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Procesión de Viernes Santo en Huesca
Procesión de Viernes Santo en Huesca FOTO PABLO SEGURA
Pablo Segura

EMPEZAMOS la semana recibiendo al Señor como Señor y Rey, con el himno, el Sanctus, que compuso el profeta Isaías (6,3) 200 años a.d.C, y que todavía se reza en todas las sinagogas todos los Sabat, como final de la liturgia de la palabra, es decir, antes de terminar la berakah, el ágape, en casa. En árabe se emplea una palabra, baraqa (con k profunda) de la misma raíz y que se predica de alguien que está especialmente amado por Dios; se dice de él que tiene baraqa. Es lo que pretenden los judíos con la berakah, que literalmente significa: “acción de gracias “, pero que su mejor traducción es eucaristía, amor; si se quiere, amor agradecido.

En esta semana celebramos un canon de la Misa dilatado en el tiempo, que dura siete días: comenzamos con el Sanctus del Domingo de Ramos y terminamos con el Alleluya del Domingo de Pascua, habiendo pasado por el Triduo de la Pasión, -el Sacrificio, la Consagración-.

A la máxima expresión del Amor que celebramos el Jueves, con la institución de la Eucaristía, se une el ejemplo de la humillación del Señor en el lavatorio que tiene una especial lectura a deducir del dialogo con Pedro. Cuando el Señor le dice que si uno está limpio solo necesita lavarse los pies, nos está diciendo que todos estamos limpios por el Bautismo y limpios para siempre; solo que a lo largo de la vida, pues eso, nos manchamos los pies y para lavarlos, eso que el Señor simboliza en ese momento con el lavatorio, instituyó el sacramento de la reconciliación y nos señala también el momento de hacerlo, si es necesario, antes de sentarse a la Mesa.

Va a seguir el Viernes, donde va a tener lugar la generación de la Vida a través de la muerte. La vida es un misterio tan misterioso que necesita de la muerte para emerger y apela a la muerte para renacer en un nuevo ciclo, tan nuevo como el primer nacimiento de la vida hace millones de años.

La observación del ciclo de la luna, emergiendo de la nada hasta llegar a la “luna llena” fue lo que dio al hombre la clave del misterio de la vida. Si no hay una muerte previa, una nada absoluta, la existencia pierde su encanto. El encanto de la naturaleza está precisamente en ese constante emerger de la vida – no de otra vida, sino de la no vida-, de la nada. La luz brota de las tinieblas, la primavera nace de la muerte del invierno A estos misteriosos porqués los antiguos lo llamaron “pascua”, el paso del no al sí, de la esclavitud a la libertad (salida de Egipto), de la muerte a la Vida. “El grano de trigo que no muere al caer en tierra, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". (Jn, 12,24)

Así el Señor ha muerto por nosotros: “Empti enim estis pretio magno” (I Cor, VI, 20) (Habéis sido comprados a gran precio), para darnos la Vida, una vida que nos haga olvidar todo lo anterior y siguiendo sus instrucciones: “Si alguien quiere seguir en pos de mí, tome su cruz y sígame” (Luc, IV,23), pero ¿adonde? “Duc in altum” (Lc. 5,4), rema mar adentro, abandonados a su providencia y bien pertrechados con el amor de Juan, cuando casi adivina: “Es el Señor” y la fe de Pedro que, contra toda opinión profesional, vuelve a echar las redes por la mañana, ¿Adonde? A cumplir con nuestra misión que es difundir el Evangelio y permanecer en oración para ser santos.

En el Viernes tenemos igualmente un ejemplo de que hay que ser listos. San Dimas, como buen ladrón, en el sentido de “profesionalmente bueno” le “robó la cartera” al Señor en el último momento y se coló en el Cielo. Hemos de aprender a estar despiertos. El señor nos da tantas oportunidades que no tendríamos disculpa si no las aprovechamos. San Dimas aprovechó la primera y obtuvo un 10 en eficacia, con premio.

Y como último presente del Viernes, el Señor nos hace el regalo de su Madre.