Opinión
Por
  • Javier García Antón

Sesión continua

vacunas
Vacunación en un centro de salud
Agencia EFE

EN LOS ALBORES de los años 70, incluso muerto ya el dictador, se estilaba en los cines de Pamplona (y supongo que en otros lares) la Sesión Continua. Era una especie de día del espectador actual con la diferencia de que, en bucle, se proyectaba permanentemente la misma película. Ahí fue donde aprendimos el valor de la fotografía en Emmanuelle o Bilitis, la profundidad en el mensaje de El Último Tango en París y, para los amantes del culto, el derribo de las barreras mentales de El Imperio de los Sentidos de Oshima. Todo muy intelectual, ¡ejem! Se estilaba mucho lo de buscar connotaciones artísticas. A quienes nos gustaba La loca historia del mundo de Mel Brooks éramos se nos miraba de arriba hacia abajo con desdén, justicia sin defensa para condena de zafiedad. ¡Pero lo que me había reído!

Siempre hay motivos para esbozar una sonrisa o atronar con una carcajada. Es un mecanismo de defensa, con mejor resultado que la desmemoria o la dejadez. Hoy se han superado los 100 días desde la primera vacuna y vamos camino de los cuatrocientas jornadas de estado de alarma, y ya estamos convencidos de que llega una nueva ola. Es la ventaja de tener un director del Centro de Emergencias surfista, que las identifica muy bien incluso cuando llegan “olitas” que derivan en maremotos. Y la dinámica es la misma: las instituciones que marcan las pautas de movilidad y convivencia abren la mano advirtiendo de las consecuencias y los ciudadanos, ya en hartazgo pandémico, confían -o no- en los poderes -que no autoridades- y caen como una mosca en la tela de araña. Y, mientras se acerca el arácnido, escucha la bronca: “Te lo advertimos”. Y de fondo se oye a Camilo Sesto: “Siempre se repite la misma historia... y ya no puedo más”.