Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Cretinos del mundo, uníos

Pablo Iglesias acto Defendamos la Sanidad Pública
Pablo Iglesias
Agencia EFE

LO SOSPECHABA hace tiempo: soy un cretino. Trabajo mucho, cobro poco y, encima, creo que lo que hago sirve para algo, con lo que me ilusiono pensando que, a mi ínfima manera, estoy contribuyendo a hacer un mundo un poco mejor de lo que lo encontré. Supongo que a muchos lectores les pasa lo mismo: se enfurruñan porque curran demasiado y no se les remunera con el afecto ni con los emolumentos que creen que merecen; nada, ni chófer oficial ni niñera de lujo para los hijos. Pero, con todo, se sienten orgullosos de lo que hacen, pensando, seremos cretinos, que es algo útil. Como usted bien supondrá, esto de la cretinez no es cosa mía. Lo dice, con su superior criterio, el ex ‘número tres’ del Gobierno del reino de España, don Pablo Iglesias Turrión; así que a mí que me registren, que no soy culpable de nada. Me temo que, eso sí, figuro entre los ‘carcas’ de esa ‘generación del 78’ que aún piensan, pensaban, que ser ministro, y no digamos ya vicepresidente, es un honor, porque te permite esforzarte para mejorar la vida de los ciudadanos y todo eso que se proclama ante los micrófonos en el Parlamento y en los mítines de las campañas.

Al ex vicepresidente del Gobierno de coalición, que tanto maniobró, por cierto, para que ese Gobierno se formase, con él y su mujer dentro, le parece, sin embargo, que “solo un cretino se sentiría bien cuando lo que tiene encima es muchísimo trabajo”. Así se lo dijo a Susanna Griso, que, sin ninguna mala intención, le preguntó si se sentía satisfecho por haber dejado la vicepresidencia. No, no echa de menos ser el ‘vice segundo’, porque eso implica “muchísima responsabilidad” y, por ende, “muchísimo trabajo”, respondió, antes de soltar lo de los cretinos. Bueno, ya digo que uno pensaba que la responsabilidad y el trabajo en favor de sus representados era lo que un político, al menos en teoría, más debería anhelar a la hora de elegir su camino en la vida. Pero no: ahora ya sé que el señor Iglesias, candidato a una presidencia de la Comunidad de la que las encuestas le sitúan, laus Deo, bastante lejos, no quiere ir a la Asamblea de Madrid a deslomarse. Bueno, tampoco es que lo hiciese, la verdad, en la vicepresidencia del Gobierno, donde, aparte de incordiar, no es que haya dejado grandes realizaciones plasmadas en leyes o avances, y ya de visitar residencias de mayores, de las que dijo que asumía la responsabilidad, mejor ni hablamos. Eso sí, a Bolivia sí que viajó, y aquello fue sonado. En fin, que no sé si el señor Iglesias se merecía los seis mil seiscientos euros (brutos) que cobraba como vicepresidente, ni los cinco mil trescientos dieciséis que cobrará como ex vicepresidente y que no ha olvidado reclamar, porque, alega “es de lo que voy a vivir”. Al menos, hasta que consiga ser diputado raso, ya digo, en la Asamblea madrileña, si es que le peta sentarse en aquella Cámara tras haberlo hecho en el Congreso de los Diputados y no dedicarse al ‘show business’, que ya se sabe que no hay business como el ‘show business’, por mucho que hayas convertido la política en un ‘show’. O sea, que -suponiendo que no se nos vaya ‘full time’ al ‘show’- como ex vicepresidente cobraría apenas un mes; bien podría, dado el patrimonio que le conocemos, haber hecho el elegante gesto de renunciar a esos cinco mil trescientos euros que a él presumiblemente le hacen poca falta. Claro que elegancia y Pablo Iglesias son términos que mal maridan, como se dice de los vinos y de ciertos alimentos. Sí, soy un cretino y usted que me hace el favor de leerme quizá también, porque no tenemos la teoría del aprovechamiento y ocupación del Estado que con tanta eficacia han llevado a la praxis don Pablo Iglesias y su dignísima compañera. Pero ahora ya sé, además, que, por el mísero sueldo de seis mil seiscientos euros, que muchos ya quisieran por currar de lo lindo (no como él) ocho o más horas diarias, no le compensaba eso de andar agobiado recorriendo los muchos metros del despacho vicepresidencial con vistas.

Así que, si por seis mil seiscientos no dio ni golpe, imagínese usted lo que nos va a producir este hombre, con una compensación de ‘apenas’ tres mil quinientos euros brutos mensuales, en su escaño de la Asamblea madrileña. Menos mal que lo complementará adoctrinándonos con algunos bolos en teles varias, que es lo que le gusta. Porque, si no, ¿de qué iba a vivir, el pobre? Que ya se sabe que eso del estajanovismo por cuatro perras es cosa, Iglesias Turrión dixit, de cretinos. A él, que le den series de Netflix, que son muy educativas ‘do povo trabalhador’, y de currar, lo justo. O menos, si es posible. l