Opinión
Por
  • Javier García Antón

¡Qué te diera por un beso!

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A.H.

Por un beso que le di en el puerto a una dama que no conocía, por un beso que le di en el puerto, han querido matar mi alegría, por un beso que le di en el puerto, me encuentro ‘metío’ en esta prisión. Si lo llegan a saber mis huesos le lleno de besos hasta el corazón”. El pinturero Manolo Escobar era de los de, si no quieres taza, taza y media, que allá por 1966 tenía algo más de impunidad. Ayer se celebraba el Día Internacional del Beso, conmemorativo de la hazaña de una pareja tailandesa que prolongó el cariñoso ósculo 58 horas.

Una de las grandes víctimas del coronavirus ha sido el beso, cuya ausencia nos priva de las cargas de dopamina y serotonina que ese contacto produce para nuestra felicidad. Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... Yo no sé qué te diera por un beso”. La rima de Gustavo Adolfo Bécquer complementa en nuestro imaginario el valor de un gesto amistoso y amoroso...

Y, sin embargo... Una de esas miles de webs especializadas asegura que el 74 % de los jóvenes no echa de menos el saludo con dos besos, restricción que alivia a los tímidos y a los torpes emocionales, y que por contra solivianta a los besucones, exceso insufrible.

De hecho, el beso tiene su propio manual de urbanidad, que afirma que se practica con personas conocidas con las que existe confianza previa. Y que tal saludo exige certeza en la reciprocidad con naturalidad. Que hay que posar suavemente los labios o juntar las mejillas, una o dos veces dependiendo de las culturas. Y que no es de buen gusto lanzar sonoros besos al aire.

El beso, expresión pura, representa la fluidez en la relación. El cariño y el respeto. La misericordia, el corazón hacia los demás. Una caricia del alma.