Opinión
Por
  • Javier García Antón

Vacuna con sonrisa

vacuna astrazeneca
Preparando una vacuna.
Agencia EFE

NO EXISTEN trabajos rutinarios, sino mentalidades intrascendentes. De estudiante, en verano seleccionaba melocotones con mi compañero Vidal. Veterano, escucharle era un ejercicio que me alegraba la faena. Él hablaba y yo cargaba las cajas de frutas para depositarlas en la cinta. Así tres meses. Vidal era un pozo de sabiduría popular y tal inteligencia no estaba destinada a soportar pesos. Es como en el ejército cuando tienes un rango y ya no te competen los trabajos mecánicos.

Precisamente ayer, en mi alianza con Astrazeneca (ya ha caído una Vaxzevria), me topé con un antiguo compañero de servicio militar (él, profesional con una buena carrera). Ya saben, las “Historias de la puta mili” con rostro de Juan Echanove. En el Centro de Salud Pirineos rezumaban las sonrisas, una especie de liberación tras 13 meses justos de padecimiento de la pesadilla. Habíamos recibido nuestro soma del nuevo mundo feliz, pero además en tiempo récord.

Recuerdo un artículo de un motivador que reflexionaba sobre lo que se puede hacer en cinco minutos, con la premisa de que no hay “tiempos muertos” ni “ratos tontos”. A todos se les puede asignar una función, sea de ocio o de negocio, incluso escribir una poesía, crear un boceto de retrato, escuchar música o tomar sólo un café.

No fueron cinco, sino apenas un minuto. Escaso. Me recordaba a Bud Spencer sacando de la cantina a los malos volando tras aporrearlos. Pero con velocidad de Fórmula 1: sonrisa reluciente, pinchó (ni notarlo), aconsejó paracetamol y, como remate, lanzó una pregunta oratoria cargada de intención: ¿a que no son horas de cola como hacen creer los políticos? Doy fe, rápido e incruento. El milagro posmoderno: convertir la rutina en servicio amable.