Opinión
Por
  • Javier García Antón

Weiwei y la putrefacción

Ai Weiwei
Ai Weiwei, disidente chino.
Agencia EFE

AI WEIWEI ha sentenciado: China ha vencido en la batalla estratégica con Occidente, porque los intereses financieros ahogan la integridad, los valores y los principios que sellaban la identidad de las democracias.

No es la expresión que utiliza el artista perseguido por el Partido Comunista Chino que dirige el país más grande del mundo con mano de hierro y miradas a otro lado de la comunidad internacional. La putrefacción se ha apoderado de las sociedades gobernadas por la mediocracia. No es preciso ni volar ni rodar kilómetros por autovías para constatarlo. Y lo peor es que la profundidad en la memoria no hace sino invadir de pesimismo el ánimo, a pesar del empeño cada aurora por apreciar que, efectivamente, el sol alumbra el cielo bajo el que respiramos.

La palabra se distancia progresivamente de los hechos, en una suerte de lento caminar hacia el abismo. Los coherentes son percibidos entre hipócrita y conmiserativamente. Los de la primera opción, con risa de hiena. Los segundos, con la cobardía pegada a la piel.

A Ai Weiwei el régimen chino le ha atribuido toda clase de tropelías. En su creación, nunca ha rehuído la provocación a través de la verdad desnuda, ora gráfica de la represión a la disidencia, ora desgarradora en la visión de una escuela derrumbada, ora en la denuncia de las aberraciones contra enfermos mentales.

Su película Coronation ha pretendido dar luz a la oscuridad del germen de la covid en Wuhan. Ha sido silenciada y perseguida en casa, ninguneada y vetada en los resquebrajados templos de la libertad de expresión. Y, así, entre prejuicios y estereotipos, se camina en medio de sistemas pútridos de cabo a rabo. Vaciados en el miserable nihilismo.