Opinión
Por
  • Javier García Antón

La jota de la esperanza

Gran gala de jota foto pablo segura 17 - 4 - 21[[[DDA FOTOGRAFOS]]]
Gran Gala de la Jota en el Auditorio Carlos Saura del Palacio de Congresos
Pablo Segura

SIEMPRE he asociado la palabra reconfortante a un abrazo. Hoy más que nunca, el gesto fraternal no se circunscribe a la comunión corporal. La palabra no sólo acaricia, sino que funde en la hermandad. Me encantó la Eucaristía del obispo Ángel de la Jornada de las Cáritas de Aragón y La Rioja, en la que invitó a la mirada creyente y esperanzadora, desde el corazón. Y leyó un testimonio de un joven voluntario que cifró la razón de vivir en un único foco: los demás.

Me sirvió para hallar la inspiración en el asunto central que, para mí, fue la Gala de la Jota, de la que mi amigo Luis Lles salía con entusiasmo porque un polígrafo como él escribe al dictado de su curiosidad universal y sin fronteras. El foco: los demás.

Nunca el Auditorio Carlos Saura hará tanto honor a su nombre como con la Gran Gala, que es nuestra cultura, que es nuestra personalidad, que es nuestra identidad, que es la justicia en el reconocimiento a la heredad experiencial que nos legaron nuestros mayores.

La jota, bien patrimonio de la humanidad lo diga o no la Unesco y con mayúsculas de oficialidad o minúsculas de verdad, adquiere en cada una de sus expresiones el gran valor del arte: mover las emociones desde dentro. Buscar nuestra voluntad y nuestros talentos para crear y devolverlos hacia “los demás”. Es no sólo una disciplina de la creación, sino del espíritu, del alma. No es hoy sólo fusión elegante en el ingenio de Roberto y tantos prodigios del universo jotero, sino unión hasta que la muerte nos separe. Por eso en su felicitación navideña, Pili y Paco -siempre presentes en mis efemérides- me escribieron: “La jota tiene la culpa de que yo no esté soltero; la jota tiene la culpa ¡y hay que ver cuánto la quiero!”. Nos enlaza y nos esperanza. Trascendencia. l