Opinión
Por
  • Javier García Antón

Infalibilidad del Estado

Una sede de la Agencia Tributaria
Una sede de la Agencia Tributaria
EP

HAN PASADO unas lunas desde que me cosqué de que la infalibilidad atribuida a los pontífices estaba intentando ser usurpada por otros poderes. En realidad, si nos atenemos a los relatos históricos y de ficción, constataremos que la exclusividad bajo la tiara papal de las declaraciones ex cathedra como dogmas de fe incondicionalmente acatables vienen siendo disputadas por poderes civiles desde hace siglos y, crecientemente, con los estados modernos.

Existen distintas manifestaciones que impregnan de coerción nuestras humildes vidas. La citación judicial acongoja, el lenguaje administrativo intimida y sentimos que apenas existe la defensa posible de nuestros intereses. Viene a ser una suerte de cabezazos contra la pared cuando pretendes discutir la factura a una de las magnas compañías de los sectores estratégicos (luz, gas, telefonía...). Hasta Paco Martínez Soria en su Don Erre que erre era fortuita víctima de un perdigonazo en su reclamación de 257 pesetas al Banco Universal objeto de litigio tras un atraco.

Si retrasas dos declaraciones del IVA tras percibir 0 euros, sanción de 225 (muy proporcional, muy progresista todo), eso sí, porque ingresas rápido, que si no 300 (¡qué bueno el papá tributario!). Si el Sepe se ha equivocado en el cálculo de tu ERTE, a pagar meses después, sin conmiseración. Si la ITV ha olvidado mandar el aviso, multa y “tralarí, a abonar por aquí”. Consejos vendo que para mí no tengo. Y la definitiva es que, yerre quien yerre, erre que erre, el pagano es el ciudadano (rima). Al que ahora se le quiere hacer tragar con el concepto de presión fiscal en lugar de esfuerzo fiscal (para mí el sueldo alemán). ¡Ay, mísero de mí, que falible siempre fui y ante el Estado caí! (Segismundo siglo XXI).