Opinión
Por
  • José Luis Ubeira

Azules y coloradas

Candidatos a la Comunidad de Madrid
Candidatos a la Comunidad de Madrid
Agencia EFE

No acabo de entender por qué sigue habiendo tantos españoles que recelen del comunismo hasta el punto de considerarlo como un peligroso enemigo a batir. Es posible que las consignas del Florido Pensil perduren todavía en las mentes de algunos compatriotas y que sigan viendo a los rojos como hijos de Satanás, coloradotes de cara, con cuernos a la altura del cerebro y con una enorme y larga cola con la que atizar a la humanidad por los siglos de los siglos, aunque se supone que visiones así deberían estar ya extinguidas o en trance de extinción. El hecho de que la señora Ayuso se presente a las elecciones madrileñas con el lema de “comunismo o libertad”. al que Pablo Iglesias ha quedado enzarzado por la coleta, pone en evidencia que aquellas viejas doctrinas calaron hondo en nuestro inconsciente colectivo.

Comunistas, lo que se dice comunistas, quedan en España menos que feligreses había en las parroquias antes de la pandemia, lo que ya es decir. Y no porque no haya pobres, que los hay, y cada día más, sino porque no constituyen ni por asomo una clase social consciente de su condición proletaria. Y no corren buenos tiempos para leer El Capital, siquiera en edición abreviada; ni quedan apenas comuneros en Villalar ni los universitarios están como para andarse con asambleas de distrito como en los años 70.

Además, los españoles somos de esos que piensan que la justicia y la igualdad estarán muy bien, “pero lo mío que no me lo toque nadie, ¿eh?” No en vano éste es un país de Sagitario, y los nativos de este signo aman sobremanera la libertad y no soportan de ningún modo los totalitarismos. El ciudadano Garzón se cuidará muy mucho de obligar a los madrileños a cantar la Internacional en la Puerta del Sol y con el puño en alto, por muy ministro que sea.

Claro que eso de la libertad se lo toma también cada cual a su modo. Tan liberal se considera el mandatario que se vacuna antes de tiempo como el mostrenco que blasfema de los dioses a través de las redes, el grillo que eructa odas al terrorismo, el empresario que no vacila en comisionar al mejor postor de sus adjudicaciones o en menoscabar hasta el espasmo el salario de empleados, el “youtuber” que se monta un palacete en Andorra, el consumidor que trajina en negro para ahorrarse el IVA, el juerguista que se salta las normas sanitarias o el monarca que atesora sus caudales en paraísos fiscales. La corrupción es igual para todos.

Que vivimos tiempos convulsos es evidente, pero de ahí a tomar como consigna electoral semejante disyuntiva programática hay mucha diferencia. Más aún cuando la candidata a la presidencia madrileña pretende incluir entre su potencial enemigo al gobierno central. Nada hay menos parecido al comunismo que un gobierno como el que preside Pedro Sánchez, aunque sea un gobierno de coalición. El lema planteado por Ayuso encierra, por eso mismo, otras connotaciones menos triviales y absurdas de lo que en principio parece: airea, y de qué manera, el drama irresoluto de las dos Españas, confronta a todos los paisanos ideológicamente y reduce el Estado de Derecho a la simple cuestión de poder o no poder tomar en una terraza una caña de cerveza y un bocata de calamares.

Peligroso planteamiento, pues, si, para colmo, la izquierda se deja arrastrar por él. La figura y protagonismo del candidato Gabilondo han quedado postergados a un segundo plano con la intromisión del gobierno central en asuntos autonómicos, las clases desfavorecidas dudan entre hacer cola ante las administraciones de lotería o las oficinas de empleo antes que ante las urnas y en los hospitales siguen ingresando pacientes contagiados del virus. Mientras tanto, sus dirigentes siguen sin un discurso propio y convincente, sin ideas, sin programas, sin proyectos motivadores con los que rebatir semejante dilema, sin una mínima praxis que llevarse a la boca y exponer en la calle.

El día menos pensado nos entra en casa un ordenador cuántico, nos multiplica a todos por cuatro y nos teletransporta a otro planeta más oxigenado y menos convulso. Y nos coge a medio vacunar, sin empleo ni vivienda ni pensiones, mientras nuestros gobernantes siguen vendiendo el espectro de su poltrona y debatiendo con insultos e improperios ideologías decimonónicas y caducas, como que si las crestas de los gallos son azules o coloradas. Madrid, ya se sabe, no es España, pero es su capital.