Opinión
Por
  • Javier García Antón

Cuéntame un cuento

FERIA DEL LIBRO Cuentacuentos con Daniel Tejero y Roberto Malo/ 4-6-19 / Foto Rafael Gobantes [[[DDA FOTOGRAFOS]]][[[DDAARCHIVO]]]
Cuentacuentos con Daniel Tejero y Roberto Malo en la Feria del Libro de hace dos años en Huesca.
Rafael Gobantes

La vida es como un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrería y frenesí, que no tiene ningún sentido. Esta visión ceniza es de William Shakespeare, que en el pensil de su sabiduría también plantaba especies agrias.

Un cuento es una delicia difícil de crear. Son admirables los pequeñísimos relatos de la Fontaine, de Andersen, de los hermanos Grimm, de Samaniego, de Esopo y de tantos grandes literatos que han sostenido y alimentado la certera idea de que no se trata de un género menor. Su mérito es tan sublime que, en cada composición, no sólo anida la belleza y el ingenio, sino que trasciende a los demás para entregar dadivosamente una enseñanza. La moraleja lo convierte en una herramienta imprescindible para la educación.

Precisamente, es en el interlocutor, que no oyente, en el que se cierra el mágico ciclo de la narración oral, de la expresión del cuento. Admiro a los cuentacuentos, lo considero un oficio magistral (en el sentido estricto) y por tanto admirable me parece la organización de una mañana dedicada a tal menester del Colegio Pío XII con un “cuerpo” de juglares aficionados que tengo el honor de integrar. La experiencia es fascinante, primero por constatar la habilidad que esos esenciales que son los maestros tienen para la comunicación efectiva con niños seducidos por la autoridad que emana de su “profe”. Segundo, por la imaginación infinita que desborda las palabras de esos “locos bajitos” que cantaba Serrat. En su “bendita locura”, el cuento concluye, se alarga con la conversación y termina con las confidencias de las pequeñas hazañas y las humildes vivencias que les acompañan. Y, al final, después de un hermoso tapiz de verbos, aparece la gran luz que los ilumina: la curiosidad. l