Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Quédate con nosotros

Catedral de Huesca.
Catedral de Huesca.
D.A.

Es bastante normal que en estos tiempos en que todo se reduce a realIty shows la descristianizada sociedad que nos rodea se refiera a la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, como algo que le aconteció a alguien que fue. Que se refieran a Jesús como alguien que estuvo entre nosotros, pero si eso fuera así, nuestra religión no sería muy diferente del Islam o del Budismo, ambas se cimentan sobre la historia de alguien que fue. Comprendo que es muy humano referirse a Jesús en ese sentido, pero nosotros no podemos decir eso. Haciendo memoria de la conversación de Cleofás y su amigo –los de Emaús- con Jesús; le dicen “lo de Jesús Nazareno que fue un profeta poderoso en obras…” (Lc. 24,19); dicen que fue y lo tenían delante y ese puede ser nuestro problema porque “mientras comentaban y discutían se acerca Jesús”, es decir en cualquier momento mientras discurre nuestra vida, sin aviso previo; como diría el Papa Francisco: Jesús primerea, toma la iniciativa, nos sale al encuentro, nos lo tropezamos mientras trabajamos, estudiamos o simplemente hablamos de Él, porque el que no tiene al Señor en los labios no lo tiene en el corazón.

El secreto es tener el oído fino en medio del ruido del mundo y ser rápido de reflejos como los de Emaús: “Mane nobiscum quoniam advesperascit”(Lc. 24,29) –“quédate con nosotros que la tarde está cayendo”- o encontramos a Dios ahí y le pedimos que se quede, como decía San Josemaría, o no lo encontraremos nunca. La terrible tentación es “mañana le abriremos, respondía, para lo mismo repetir mañana”(Lope de Vega). Jesús se acerca buscando nuestra mirada. Es Él el que se acerca y está presente siempre.

Hay buenos cristianos que buscan canales intelectuales exclusivamente, como si fueran musulmanes o judíos, para encontrar a Dios, cuando es mucho más fácil. Si queremos alcanzar la santidad el secreto es dejarle que se acerque más y más, que esté presente, que sea nuestro compañero en el camino, en el trabajo, en el estudio, en el ocio, en nuestra relación con los demás, fundamental este último punto: no podemos quedarnos para nosotros la alegría de saber que el Señor vive, necesitamos comunicarlo, se tiene que notar nuestra alegría. Vae solis! (¡ay! del que está solo) dice la Escritura.

“Pero no le reconocieron….” Ya nos sorprende que así fuera entonces, cuando al parecer eran discípulos asiduos, pero todavía es más sorprendente que no se le reconozca hoy, después de dos mil años de historia, de ciencia, de Iglesia; dos mil años en los que siempre ha estado ahí. Claro que Jesús no se impone, no se nos presenta con grandes parafernalias, diríamos que se acerca sigilosamente “para enterarse de qué iban hablando” y meterse en nuestra historia, en nuestra vida. Pero para re-conocerle hay que conocerle primero y le conoceremos tratándole como a cualquier persona porque sabemos no que fue sino que es. En esto consiste hoy cumplir el mandamiento de anunciar el evangelio, aunque sea escandaloso para algunos: en hacer partícipes a los demás de que nuestra alegría habitual viene de que el Señor vive y está con nosotros, sin importar mucho las consecuencias. Un autor alemán dice que sobran cristianos cobardemente discretos y faltan cristianos discretamente valientes.