Opinión
Por
  • Javier García Antón

El 23-A de Fraga

Vista de Fraga
Vista de Fraga
D.A.

NO HA habido ya ninguno tan brillante. El entonces presidente de las Cortes, Antonio Embid, aseguró aquel 23 de abril de 1986 que había sido el mejor Día de Aragón. Y Santiago Marraco, presidente de Aragón, estaba feliz de la vida al final por la elección, para un modelo de celebración descentralizado llamado a perpetuarse, de un municipio “potente con gentes que saben trabajar y que son, por tanto, un poco el ejemplo de lo que en otros pueblos dé Aragón habría que hacer en el proceso de modernización”. El mismo Marraco que, tras entregar a José Manuel Blecua, Eduardo del Pueyo y la viuda de Pablo Serrano las distinciones, aseguró que "la mejor política cultural es dejar hacer en libertad”. Más allá de la inauguración del Palacio Montcada como casa de la cultura, el San Jorge de 1986 fue el más auténtico de la historia, sin duda, porque el fervor popular de todo Aragón abigarrado en las calles fragatinas admirando a las dones de faldetes fue, sencillamente, emocionante.

Fue hace 35 años y lo que más perdura es la definición de Marraco, acentuada, de Fraga y los fragatinos. Sostengo, porque aquel día se me inyectó en la vena de la memoria, que los fragatinos son los más aragoneses de Aragón. Gente de frontera convencida de su identidad allí donde intercambian estímulos y acción con los vecinos entre el desdén sempiterno de los propios. Se han hecho hueco porque, simplemente, son buenos. Son currantes. Son imaginativos. Tienen la mirada larga y se les hace corta la jornada.

Tras Fraga y Villanueva de Sijena, la querencia centrípeta devolvió el Día de Aragón a los palacios zaragozanos. Una mala decisión amparada en el vendaval sijenense. En mis anales, queda Fraga como el más brillant