Opinión
Por
  • Javier García Antón

Huesca, de súper Liga

Sandro Ramírez SD Huesca
Sandro en el último partido del Huesca
Agencia EFE

ALBERT CAMUS sentenció que todo cuanto en la vida sabía con las mayores certezas sobre la moral y las obligaciones del ser humano se lo debía al fútbol. En realidad, es la multiplicación de los dos espejos del callejón del Gato de Valle-Inclán en cuya visión su personaje Max Estrella se mofaba de España al estimar que el esperpentismo lo había alumbrado Goya, mientras los héroes clásicos se paseaban frente a los ingenios en busca de que reflejaran una visión idealizada, imagen que obviamente no siempre era del agrado de los viandantes.

El fútbol moderno, ese en el que ha surgido esa pretensión abortada de la Súperliga, ofrece transformación de los espejos, entre aquellos que adelgazan la ética por la vía de los hechos, los que hinchan superficialmente por la vía de las hipérboles superficiales, y los que devuelven una imagen que para sí la quisiera la madrastra de Blancanieves. Son aquellos clubes que, ajenos a las decadentes pretensiones de quienes respiran por los poros de un pasado aristocrático, se aferran a los valores, a la voluntad y al diseño de un futuro sin complejos. Es el caso de la Sociedad Deportiva Huesca, cuya imagen no está esclavizada por los resultados deportivos sino asociada a los gestos humanistas que, a través de la caricia de los simbolismos más queridos del rival, infunden un halo de fraternidad con los brazaletes que sorprenden y enamoran en Barcelona, Madrid, País Vasco o Andalucía, paralelamente a los guiños a la provincia a través de vídeos y carteles que la proyectan y la unen. Tan fácil es querer al Huesca que sólo la mala fe y la irracionalidad pueden tergiversar esa visión. Está en una súper Liga de otra dimensión.