Opinión
Por
  • Javier García Antón

Homenaje a la palabra

Manuel y Borja Giménez Larraz, en el acto de descubrimiento de una placa ayer en Zaragoza.
Manuel y Borja Giménez Larraz, en el acto de descubrimiento de una placa ayer en Zaragoza.
Guillermo Mestre

2022 será previsiblemente el tiempo en el que esos miserables que responden a los nombres de Mikel Carrera Sarobe e Itxaso Zaldúa se sentarán en el banquillo para responder a las acusaciones por el asesinato de Manuel Giménez Abad. Una tedioso e insoportable tardanza para resarcir, aunque mínimamente, el daño causado por la muerte del presidente del PP, el dolor de una familia de un humanismo extraordinario y el pesar de una sociedad que sólo puede respirar a través de la justicia.

Es curioso. Cuando he hablado con Manuel o Borja, sus hijos, cuando les he escuchado, recibo un impacto a la par impetuoso y sereno. Cuando se inauguró el monolito de las manos blancas en la plaza de San Antonio, el parlamento de Manuel me trasladó a una frase lapidaria de mi madre: por la paz, un rosario. Cicerón, Demóstenes, Pericles o Castelar admirarían su calidad y calidez para embarcar la palabra en una nave que mece el espíritu en las aguas de la fraternidad. Los dos hermanos, más que nadie, han recibido la vacuna contra el fanatismo con dosis medidas de amor al Estado de Derecho, al parlamentarismo, a los derechos. “Hay que cuidar” la democracia, afirmó ayer Manuel. Es la gran fortaleza frente al terror.

Homenaje a la Palabra es el tributo que esta tarde se rinde al Giménez Abad culto, mensurado, amable, generoso con el que comimos una semana antes de la infamia Antonio Angulo y yo. En su sabiduría, era consciente de que el verbo es un elemento de precisión, letal como arma, sanador como bisturí. Me cuesta, viendo el entorno y la desmemoria, entender que aquel 6 de mayo de 2001 sirvió a la causa de la libertad. Sólo, si acaso, para admirar a quienes soportan, como el santo Job, tanta iniquidad.