Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El cabreo de Sánchez

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno
Pedro Sánchez
Agencia EFE

TENGO la impresión de que Pedro Sánchez está más que cabreado por su derrota en las elecciones autonómicas de Madrid. Se comprende que no quiera ni hablar de ello. Tenía que pasar que se acabase la magia de ese mercenario de medio pelo que le ha venido inspirando estrategias para aprovecharse de las circunstancias usando atajos infames y ese último grano que ha sido la trapacera campaña electoral ha provocado un buen deslave en el montón de arena en el que se acumulan las mentiras, ofensas y mediocridades de este Gobierno. Es verdad que cuando alguien está en La Moncloa emite una impresión natural de permanencia y solidez y sin embargo en este caso no se puede perder de vista que la llegada de Sánchez al poder fue posible no tanto por la fortaleza del PSOE sino por la excepcional debilidad del PP, con un escenario en el que el espacio tradicional del centroderecha estaba dividido en tres partidos, uno de los cuales además -Vox- ha sido demonizado con un criterio que no se aplica para otros populismos o a partidos que no condenan la violencia de la que sí son responsables, con el objetivo de hacer más costosas las alianzas. De hecho, Sánchez gobierna con el grupo parlamentario socialista más pequeño de la historia y la importancia del resultado de Madrid es precisamente que Isabel Díaz Ayuso ha logrado alcanzar una dimensión política mayoritaria sin necesidad de tener que pedirle el apoyo a Vox, mientras que el PSOE se ha quedado reducido a una expresión simbólica, jibarizada, amenazada a su vez por la perspectiva de convertirse en un mero apéndice de sus socios de izquierda que le han superado por separado y no digamos ya si las dos ramas del mismo tronco, Podemos y Más Madrid con sus mareas, confluencias y demás mermeladas dogmáticas, volvieran a unirse. Y eso le ha irritado mucho porque aunque sigue en La Moncloa, en realidad donde le han dejado las urnas de Madrid es en la lona y noqueado.

El PP ha crecido en Madrid por el centro a base de zamparse a Ciudadanos y el trasvase de votantes ha sido tan rotundo que ha dejado temblando a lo que queda de ese partido. El PSOE también se merendó en Cataluña a los herederos de Albert Rivera, aunque por razones diferentes, pero después de lo que ha pasado en Madrid parece difícil que pueda aspirar a atraer a los votos naranjas en el resto del país sabiendo que en casi todas partes está ya en coalición con el PP. El único huerto que le queda a Sánchez para intentar ampliar sus apoyos es en la extrema izquierda, independentistas y nostálgicos de ETA, que es ese territorio donde por desgracia se le borran enseguida los límites de la decencia constitucional y se le van los apoyos en el centro. Además, ya han probado vivir juntos en esta “coalición Frankenstein” y el resultado está siendo bastante decepcionante para todos. Podría ser que después de la retirada de Pablo Iglesias, Podemos siga la misma suerte que Ciudadanos y se vaya disolviendo de modo que al PSOE le vengan por ahí los votos, aunque también puede que la extrema izquierda se sienta alentada por los resultados de Madrid y en vez de pensar que pueden ser comidos por el PSOE se pueden imaginar perfectamente que también pueden optar ellos a engullir a los socialistas.

Pero el síntoma más evidente de que Sánchez recibió la victoria de Ayuso como una patada en la espinilla es que comete errores de bulto que no hacen sino empeorar las cosas. Por supuesto, el más grave es el de insultar a los electores que le han dado la espalda, que es la forma más efectiva de lograr que se convenzan de que tenían razón al no votar a su candidato y que muy probablemente hará que no le voten a él cuando tarde o temprano tenga que someterse al veredicto de las urnas. Y aún más significativo en su caso ha sido el trasladar ese cabreo al seno del PSOE, con ese golpe sobre la mesa como señal de desesperación que ha sido la orden de que les abran un expediente de expulsión a dos históricos del partido como Joaquín Leguina o Nicolás Redondo Terreros. Si a la vista del revuelo que se ha montado pretende ahora olvidarse del tema, entonces lanzará un mensaje de debilidad evidente y abrirá la veda de las críticas. Si hace que avance el procedimiento, logrará enfurecer a todo el PSOE histórico que él ya había enviado a paseo para encaramarse al poder. Y, aún peor, ha elevado ese pulso a combate público en las primarias andaluzas en las que una de sus enemigas favoritas como Susana Diaz vuelve a tener la oportunidad de echarle el pulso que perdió hace unos años, pero esta vez en su territorio. Si Sánchez falla en Andalucía será claramente su perdición. Si gana, será la perdición del PSOE. Ahora, que le pregunte a Iván Redondo cómo salir de este laberinto.