Autónomos, a pagar
EL PRÓXIMO día 30 se cumplirán 115 años desde que Miguel de Unamuno, en un arrebato de resignación o de sinceridad, escribía un artículo en los siguientes términos: “Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”. Se ha ejemplificado como la apatía patria hacia la innovación inspirada en la ciencia.
Embebidos en lo políticamente correcto, hoy predicamos la innovación entendida como todo cambio (no sólo tecnológico) basado en el conocimiento (no sólo científico) que genera valor (no sólo económico). Y la oficialidad obvia que la innovación social en sentido estricto resulta imposible sin la confluencia de una figura crucial para engendrar una comunidad más emprendedora y creativa: el autónomo.
El ministro Escrivá ha anunciado las nuevas y leoninas cuotas previstas para este enorme y atomizado sector. En un país que necesita más espantapájaros, se habilitan por todos los lados los “espantautónomos”, quizás porque el dinamismo estorba igual que molestan tantos librepensadores entre los que erigen los veladores en ágoras destructivas de la iniciativa.
Un país que penaliza a los autónomos metamorfosea el mensaje de Unamuno para proclamar “que emprendan ellos”, pero que paguen por su servicio hasta que sangren. Y, así, la sociedad se empobrece entre la abulia del sueño funcionarial y el estigma a quienes asumen una responsabilidad y un compromiso para generar riqueza. Si esta es la recuperación y la resiliencia, virgencita, virgencita, líbranos del mal. ¡Autónomos del mundo, uníos!