Opinión
Por
  • Javier García Antón

Vocación persistente

Estela Soler y Toni Ibor, con covid persistente
Estela Soler y Toni Ibor, con covid persistente, y su hijo Luca
S.E.

LA VIDA nos coloca ante oportunidades permanentes para convertir la cotidianidad en gesta. El secreto está en ir más lejos, en mirar más alto, en llegar más hondo hasta la profundidad en la que los problemas topan con las soluciones. El demonio no puede resistir a la gente alegre, aseguraba Don Bosco. Desde que leí ayer el testimonio de Antonio Ibor, Toni, y Estela Soler de sus padecimientos de covid persistente, supe que la columna de hoy había de ser centrada en su ejemplo. Justo cuando voy a iniciarla, recibo la Tribuna de Josan Montull, otra persona admirable sin límites, y me convenzo de esta conjunción galáctica.

En el fondo, como sentenciaba el inspirador salesiano, el germen de todas las virtudes reside en la educación. Estela y Toni, el tanto monta-monta tanto del colegio, son profesores de exquisitos modales. Con la faena que están sufriendo, en la entrevista de Óscar sólo asoma una palabra más fuerte que el resto: piltrafa. El ser humano se mide en su resiliencia cuando a una agresión, sea del tenor que sea, responde con una caricia del lenguaje, síntoma de que no se deja arrastrar por las tentaciones con las que el diablo probó al Señor en el desierto. Mente fría, que dice el popular actor ya malogrado. Vista larga. Controlar las riendas.

Conozco levemente a Toni y Estela, pero hay gente que no precisa de extensas conversaciones ni prolijas convivencias para proyectar su halo de bonhomía. Desprenden gentileza, dulzura y firmeza. La que les guía en la dirección del colegio o en las redes prodigiosas de Luces por Etiopía de las López Aznárez. Su personalidad es la cultura de Salesianos Huesca. Y, aunque quizás ahora, entre fatigas, no lo vean, lo realmente persistente es su vocación. En perspectiva, les queda un ratito de dolor.