Opinión
Por
  • Javier García Antón

La Dignitas Hominis se ahoga en el mar

Ceuta Marruecos
Dos niños se saludan ya en suelo español.
Agencia EFE

LA NATURALEZA ENCIERRA a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o un hábil escultor, remates tu propia forma”. La Oratio de Hominis Dignitate de Giovanni Pico della Mirandola, la “elegantissima”, imagina a Dios en la creación del mundo para desembocar, tras 900 tesis, en la idea de un antropocentrismo que se edifica a través de una única filosofía en la que enlaza doctrinas buenas e instructivas para el alma hasta erigir una Cadena que asciende hacia la divinidad.

La dignidad de ser humano se compadece mal con los intereses, con la utilidad, es una de las oportunidades que nos entrega la libertad (de hecho, el Papa Pablo VI la ligaba con toda ausencia de coacciones externas) y, sin embargo, como sutilmente manifestaba Ernesto Sábato, no estaba prevista en el plan de globalización. Cuando nos decantamos por la conveniencia en lugar de la integridad, nos empequeñecemos y, paralelamente, nos vamos alejando de la cadena hacia nuestra máxima dimensión.

Le pregunto a Jesús Santolaria por la hecatombe en la que la dignidad como planeta, como país, como sociedad se ha visto ahogada con las aguas mediterráneas atiborradas de jóvenes y niños vomitados por un régimen despreciable en represalia a un estado democrático pero insensible y con unas víctimas permanentes desde 1975 con la viscosa marcha verde aprovechando la artificiosa respiración del moribundo dictador. Todo muy feo, muy deprimente. Y Jesús, activista (de verdad) prosaharaui, me contesta lacónico: “Lo único que sé, es que no me gusta nada todo lo que está pasando. Nadie dice nada... de nada”. En el océano de la nadería mundial, desde la invidencia de Biden a la flojera de la (des)Unión, desde la futilidad de nuestros dirigentes, desde la incoherencia del Tarajal 2015-Tarajal 2021, desde devoluciones en caliente antaño y hogaño, el desánimo invade como una riada el compromiso, y el primer síntoma es el agua de nuestra miopía: la incapacidad de sensibilizarnos de lo que hay más allá de nuestras puñeteras narices. África, el tercer mundo, las tiranías, las guerras, la miseria... hasta que se nos viene encima y reaccionamos mal.

Una de las abyecciones más horrorosas de nuestras posmodernas vergüenzas se enseñorea de las redes de la ignominia, en las que a la imagen de una criatura rescatada por un guardia civil o un militar le suceden conclusiones de parte. Ventajistas. Una puta mierda (con perdón o sin él) que revienta las cañerías de nuestra moralidad y llena la atmósfera de putrefacción y sordidez. Son niños. Son jóvenes desesperados. Adultos sin horizontes. Tragedias y dramas. Emergen de las aguas con bocanadas pidiendo vida. Implorando libertad. ¿Tan difícil es entenderlo? Dignitas hominis