Opinión
Por
  • Javier García Antón

Empresas frikis

Eboca vending
Las vacas de Eboca, empresa friki donde las haya
Rafael Gobantes

EN LA SUTIL frontera entre el ser y el aparecer, hoy celebramos el Día del Orgullo Friki, coincidiendo justamente con el festival excéntrico por excelencia, Periferias. El término, presuntamente nacido con la película Freaks de 1936, ha transitado desde el desprecio hasta una cierta idolatría, primero por el influjo de la Guerra de las Galaxias con sus estrafalarios atuendos, luego por la genialidad de Germán Martínez, Señor Buebo en su afamado blog, que propició esta conmemoración coincidiendo con el Día de la Toalla. Una rareza más.

Mostrarse friki resulta, a los ojos de los legos, relativamente sencillo. Atuendos ignominiosos, combinaciones imposibles, policromatismo capilar, disfraces galácticos no impregnan el espíritu de personalidad friki. Ser friki es dar tres vueltas a los conceptos y crear, memorizar películas o series, imaginar y practicar lenguajes inéditos e inauditos, coleccionar sin fronteras. Y nunca, nunca, hacer mal, porque son seres pacíficos.

A mí me encantan las empresas frikis. Esas del Foro Huesca Excelente que dan la bienvenida a la ciudad con vacas gigantes, que convierten las máscaras de snórkel en asistentes de respiración frente a la covid, que crean prodigios gigantes para películas o parques, que se van a África a montar laboratorios, que escriben un libro de marketing en torno al penalti de Panenka, líderes en RSC y en áridos, que cuidan los cultivos con algas, que rotulan una jota en los buses, regalan vales a sus empleados para la hostelería, venden libros en coches de época, fabrican perchas rosas y mil y una ocurrencias más. Con buen corazón. Frikis que crean ciudad y de las que sus personas, nada de RRHH, están orgullosas.