Opinión
Por
  • Javier García Antón

El alcalde que iba solo

Antonio Cosculluela senador
Antonio Cosculluela ha dejado el acta de edil de Barbastro 42 años después
D.A.

EL SINO de los alcaldes es verse rodeado de una cohorte de acompañantes, muchos de ellos palmeros (los peores), que desaparecen súbitamente con el cese en el cargo. Hay munícipes, sin embargo, que saben ir solos. Esta autonomía, propia de seres muy sociales, engrandece su dignidad. Antonio Cosculluela, 42 años de edil, la mitad en el cetro presidencial de Barbastro, era rara avis en aquellos tiempos de plomo en el que algunos homólogos incorporaban no sólo aduladores, sino también escoltas por la amenaza latente de ETA tras el atentado de Sallent. Recuerdo, en aquella atmósfera de miedo, a Antonio doblando la esquina hacia la plaza del Mercado para una Muestra de Hortalizas, sin séquito, en plena y rica normalidad.

Al senador, presidente que fuera de las Cortes, siempre le han sobrado los laureles, que no empecen para que su pasión política sea a la par grande y contenida. Los ha habido (como diría el conde de Romanones, rivales que están enfrente y enemigos a sus espaldas, que no son respaldo) que le han atribuido oropeles, propios de envidiosos y pretenciosos detentadores del poder que confunden con autoridad. Antonio responde a la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y a la indisolubilidad reclamada por el profesor de la bonhomía y la profesionalidad. Se ha formado en la lingüístico-verbal y la lógico-matemática, la espacial-visual la cultiva en el campo -pipa en ristre-, la auditiva le lleva a escuchar, la interpersonal y la emocional están en su ser, igual que la individual.

El alcalde que sabía ir solo deja su acta y, precisamente por esa voluntad humilde, tendrá un júbilo feliz, airoso, sin perder la curiosidad y el compromiso. Encontrará, seguro, cauces para seguir sirviendo. O sea, viviendo.