Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Y tú, ¿quién eres?

Cristo Atado a la columna en la procesión del Santo Entierro de Huesca
Cristo Atado a la columna en la procesión del Santo Entierro de Huesca
Pablo Segura

La pregunta podría ser la respuesta a la gallega a la pregunta que continuamente nos hace Jesús: ¿Tú quién crees que soy Yo?, que es lo que le interesa a Él, no lo que dicen por ahí, no. Tú que eres mi amigo, ¿tú quién crees que soy Yo?. Ya sabemos que la pregunta tiene varias respuestas, pero solo una, que no sale de nosotros, sino que está inspirada por el Espíritu Santo es la que el Señor quiere oír: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mat. 16,13).

Esta respuesta lleva una triple carga. Primero, el Señor dirá; pues bien coge tu cruz y sígueme y a semejanza de Jesús donde la cruz no era solo un madero, sino que era también el dolor de la soledad, el dolor de las injusticias, los insultos, el desprecio de la Verdad anunciada y no recibida; el Amor dado y no correspondido, así mi cruz no es un leño de madera, mi cruz es el dolor de la enfermedad, las injusticias que sufro o de las que soy testigo, el cansancio en el trabajo, el esfuerzo por ser generoso, la falta de correspondencia de aquellos a quienes me doy, la incomprensión que puedo llegar a sufrir, el estrellarme contra la pared en tantas cosas en las que pongo toda la ilusión, mi cruz es trabajar bien, me apetezca o no, esa es la grandeza de ser cristiano.

Segunda carga: Dice el Señor; sígueme. Todos estamos llamados a la santidad, que eso significa seguirle; los caminos son múltiples y todos igual de buenos; no hay santos de primera y de segunda. Se puede ser santo siendo célibe, soltero, casado, viudo, consagrado o sacerdote, todos los caminos son válidos porque no existen dos mundos (el religioso y el seglar), sino uno .”Hay otros mundos pero están en este” (Paul Éluard). El mundo es uno: el de los seres que quieren ser auténticamente humanos. “Mi vida es Cristo” (Flp. 1,21), este es el auténtico seguimiento del hombre de fe. Dejar de vivir (morir) para que Cristo nazca (vivir) eso es lo que reclama la fuerza de la fe pascual que debe inundar y guiar al cristiano. Ser cristiano es un estilo de vida, es una forma de enfrentar la vida. Allá por el año ciento y poco, un pagano llamado Diogneto decía de los cristianos que su vida era maravillosa: los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por su lengua ni por su vestimenta, ni por el territorio en que viven, sin embargo dan muestras de una forma de vida increíble y admirable: habitan en sus patrias respectivas, pero como forasteros; participan en todo como ciudadanos pero comportándose como extranjeros. Aman a todos y todos los persiguen. Se les da muerte y con ello reciben la vida, son pobres y enriquecen a muchos, carecen de todo y en todo abundan. La cruz es eso, vivir la maravillosa vida de cristianos, actuar de acuerdo con amar a Dios, amar a los demás como a mí mismo, porque pertenezco al Señor y no tengo derecho a destruirme.

Tercera carga: El Señor nos ha pedido que divulguemos la Buena Nueva, el Evangelio, y eso no se puede hacer en secreto; tenemos que con ocasión y sin ella, como diría San Pablo, y más en estos tiempos tan laicistas, dar testimonio. Sin violencia pero con determinación tenemos la obligación de difundir las enseñanzas del Señor y las del Magisterio de la Iglesia. El Señor es un Señor exigente, no se conforma con una parte, lo quiere todo y eso se consigue viviendo todo el día en su presencia y actuando en consecuencia, en unidad de vida, siendo coherente.

La respuesta a la pregunta del encabezamiento nos la da el Señor y nos lo trasmite San Juan: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (14, 6)