Opinión
Por
  • Javier García Antón

El trile de las vacunas

vacunación
Vacunación en España.
Agencia EFE

EL CEREMONIAL de la confusión no cesa. Es como si necesitáramos imperiosamente la convulsión, el desconcierto. Una sacralización de la incertidumbre, quién sabe si para no bajar la guardia. O quizás para encontrar en el fatalismo la única respuesta sin fisuras, como cuando Steve Jobs, cuya visión estaba atravesada por la enfermedad, aseguraba que recordar que uno va a morir es la mejor manera para evitar la trampa de pensar que hay algo que perder. Ya se está indefenso. Y, a partir de esa convicción profunda, ya no existe razón alguna para no seguir los consejos del corazón.

La última comparecencia del Ministerio de Sanidad, amenaza mediante a las comunidades autónomas para que no aconsejen la segunda dosis de Astrazeneca a los menores de 60 años so pena de reproducir episodios trombóticos y hasta muertes, ha incrementado la alforja de desconfianza que cada español lleva a sus espaldas. Lejos quedan aquellas promesas del melancólico noviembre de un plan firme, rotundo, sin tacha.

La evolución del proceso abierto el 27 de diciembre es como una partida de trile, bolita por aquí-bolita por allá, en la que se esfuma ora la Pfizer por la incapacidad en la compra de la UE, ora la AstraZeneca sabe Dios por qué, ora la Janssen, ajena la Moderna quizás porque su carestía la saca del tablero. Y, en la partida, no se va sólo el dinero de las apuestas sino fundamentalmente y a chorros las seguridades de los ciudadanos convertidos en meros espectadores de las incoherencias a los que, además, guían como a un rebaño bajo las advertencias de todas las plagas si escogen tal o cual. Definitivamente, somos buenas personas, porque fabricamos paciencia sin fin, sin límites. Consumidores de la resignación de Steve Jobs.