Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El sentido contracorriente de las ferias

Fira de Sant Medardo en Benabarre
Fira de Sant Medardo en Benabarre, ayer
Elena Fortuño

LAS CIUDADES y los pueblos rezuman anhelos de ferias. En medio de la invasiva prédica de la digitalización, tan sacralizada que algún ingenuo puede pensar que mantendrá su salud y su energía a golpe de tecla, clic y redes sociales, viene a resultar que los vecinos del medio rural y de las urbes están deseosos de que abran por fin los recintos o las calles para apreciar, disfrutar y degustar los productos y los servicios que ofrecen los probos artesanos, esos paradigmas de resistencia frente a la globalización generalizadora que ayer, en la Fira de Sant Medardo de Benabarre, adquirieron el protagonismo que merecían porque dos representantes de este admirable colectivo fueron los que cortaron la cinta inaugural. En la escucha activa de las audiencias, ya se atisba una cierta inquietud por los anuncios de inminentes certámenes en Biescas o Barbastro, ya con Expoforga en acción y multitud de instituciones feriales atentas a la oportunidad.

Las ferias constituyen una oportunidad para dar rienda suelta a la necesidad imperiosa del ser humano de socializar. De paso, sirven como orgullo de pertenencia a los pueblos y las ciudades por la exhibición de mercancías diferenciales, que definen su personalidad y que son referente para la atracción de visitantes profesionales y simplemente de curiosos que aprecian las novedades. Es la esencia de los recintos que, no en vano, también se denominan salones porque es donde apetece estar, establecer relaciones, compartir experiencias, degustar cuanto de bueno hay (Benabarre es una muestra de excelencia gastronómica gracias a unas viandas fabulosas) y, de paso, adquirir la consciencia de que estamos tirando del carro de nuestro territorio. En la lid contra la impersonalidad que enajena el carácter colectivo, encuentros como el de Sant Medardo son magníficos instrumentos.