Opinión
Por
  • Javier García Antón

Mandarlos de paseo

Algunos oscenses se han acercado a pasear por el cerro como un día normal.
Paseo por San Jorge.
D.A.

ME CONSTA que algunos representantes públicos, para mostrar su desencanto con el pueblo que no les entiende, expresan su deseo de mandar al vulgo a paseo. La tendencia, sin embargo, es aplastantemente contraria en la dirección, los ciudadanos que abominan de ‘procèses’, de subidas de luz y de la santísima trinidad por montera del todas-todos-todes. Si nuestros próceres, transversalmente en todo el arcoíris institucional, conocieran los beneficios de caminar, aprovecharían el imperativo recubierto de indignación para descubrir los beneficios de caminar.

Apenas leyendo un poquito sabrían que, antes de los peripatéticos de Aristóteles, Sócrates le explicaba a Fedro que recorría la ciudad de punta a cabo para nutrirse de las enseñanzas que le aportaban los hombres, y por eso no salía de ella porque los campos y los caminos no querían instruirle.

Pasear ha inspirado algunas de las más fértiles obras literarias, como Así habló Zaratustra de Nietzsche, que enfilaba cada mañana kilómetros preferiblemente en cuesta, convencido de que todos los prejuicios provienen de los intestinos y que la carne sedentaria es pecado contra el espíritu santo. El filósofo alemán, que terminó muy malamente de su testa, en plenitud era clarividente. Como lo fue Immanuel Kant, que se topaba con las musas en su rutina inalterable, por las mismas rutas, idénticas horas y similares costumbres. Su pensamiento fue espejo de su acción.

No aplican, por tanto, como novedosos los consejos en este sentido de los gurús de hoy. Pero quizás no esté mal recordarlos para que nuestros gobernantes echen a andar, piensen y reconozcan en la naturaleza y en los demás la esencia que no se puede/debe vulnerar.