Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Hay que mirarse al espejo cada día

Papa Francisco
Papa Francisco, en el Vaticano
Agencia EFE

El Papa Francisco en su magnífica homilía de la Misa del inicio de su pontificado dijo algo que no está de moda y lo dijo varias veces, enfatizando: "No tengáis miedo de la bondad y de la ternura" que no son debilidad sino fortaleza y lo dijo refiriéndose a la amistad. Hoy parece que hay una especie de falso pudor a que se note que uno es bondadoso y tierno en la relación de amistad; en seguida te dicen, cuando quieres que la relación sea más cercana, en tono peyorativo: no te pongas tierno, como si fuera algo malo, pero es que uno mismo también se contiene en las manifestaciones de ternura porque piensa que es como bajar la guardia, como hacerse vulnerable. El Papa nos ha dicho que es justamente todo lo contrario: la ternura es una manifestación de fortaleza.

Y no puede ser de otra forma. La ternura no es sino una manifestación profunda del amor, y nosotros no somos capaces de generar el amor si no nos es dado. Nuestras manifestaciones de ternura y por consiguiente de amor son solo destellos del amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. No lo agostemos, dejemos que fluya, porque cuando lo hacemos “olemos a Dios”.

Cuando la relación es huérfana de amor, de ternura, tiene por resultado cosificar al otro, el otro no es más, entonces, que un objeto para nosotros, con el que nos merecerá la pena relacionarnos en tanto en cuanto nos sea útil. El único importante soy yo.

Pero Dios no nos creó como un objeto, como cosas a las que dejó ahí. Digamos que entre todos los posibles que Dios tenía en el casting, me llamó a mí para ser su tú, para darme una misión, es decir, me creó por amor para relacionarse conmigo. Y mi vida solo tendrá sentido en la medida en que yo sepa ser el tú de Dios. El crearme por amor significa que se ha comprometido conmigo a cuidarme y protegerme, pensar lo contrario sería absurdo, Dios me concede en esta relación, ser su hijo. Como dice San Juan: “Mirad que amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios. ¡y lo somos! (1-3,1) Ese amor de Dios está impregnado de ternura, es más podríamos decir que es todo ternura.

La otra característica a la que se refería el Papa, la bondad, tiene también aquí su raíz, la bondad es la respuesta amorosa que nos surge como agradecimiento al don de la gracia, que es un don sí, pero no como un objeto que el Señor nos entrega. El don de la gracia es la posibilidad de relacionarnos con Él, que en nuestro peregrinar por este mundo quiere decir actuar como lo haría Él y Él solo puede obrar bondadosamente. Por tanto la consecuencia del pecado es romper la relación con Dios, y este obrar en la mentira es esencialmente falso y además suicida.

Tampoco tengo que desanimarme al ser consciente de todo lo que me falta para ser santo. Cada día el Señor me da los talentos que he de hacer fructificar. Dios espera de mí solo lo que espera de mí y lo que me pida tendrá que ver con mis circunstancias y no con las de otro. A uno le dio diez talentos, a otro cinco y a otro solo uno. No me va a pedir, si me ha dado tan solo un talento que rinda como el de diez, pero tampoco puedo pensar que como es bueno, si me ha dado cinco, debo entregar los mismos cinco, se me pedirá otro tanto, es decir esfuerzo, energía, querer hacer las cosas bien, y querer hacerlas bien, en la relación de amistad, significa ser un reflejo de lo que Él hace conmigo: no tener miedo a actuar con bondad y con ternura.

En la conciencia del hombre lo bueno surge como un ideal de vida, es decir, se proyecta como un ideal de hombre. Dos propiedades conforman ese ideal de hombre: 1ª.- Quisiéramos ser ese hombre y 2ª.- Deberíamos serlo. Esta segunda propiedad tiene que ver con la ética y por lo tanto se materializa en que mis actos estarán cualificados como moralmente buenos o moralmente malos. Lo dramático de ese ansia de bondad no solo es que nuestro ser opone a su propio perfeccionamiento sino que prontamente llegamos a la evidencia de que dentro de la vida terrena jamás llegaremos a ser el hombre que proyectábamos ser. Es como si la bondad huyera delante de nosotros y por eso es tan difícil encontrar la paz con uno mismo. Sin embargo la cercanía a ese ideal, que se consigue rezando, trasciende en el semblante. Es lo quiere decir el refrán de que a partir de los cuarenta uno es responsable de su cara. Hay que mirarse al espejo cada día.