Opinión
Por
  • Javier García Antón

Amabilidad, una terapia

La amabilidad, un acto de valentía
La amabilidad, un acto de valentía
S.E.

EN LAS estupendas entrevistas de contraportada de La Vanguardia, el doctor en química orgánica David Hamilton garantiza que “ser amable reduce la depresión, la ansiedad, el estrés y rejuvenece”. No es una proclamación vacua, sino que se inspira en las investigaciones de este escocés que ha concentrado sus estudios en la hormona serotonina. Hamilton ha concluido que tal virtud retarda los siete grandes procesos del envejecimiento, ayuda contra la depresión las patologías coronarias y el estrés. Y sentencia que, con la empatía de la semilla, es fundamental que los ejercicios de afabilidad sean constantes, aunque no sean ostentosos, y no han de reducirse a un gran gesto diario.

Que la bondad es antiinflamatoria, como aduce este bioquímico, constituye una magnífica reafirmación de quienes sostenemos que en estos tiempos de cortisoles y adrenalinas, las maldades, en verdad, responden más a la estupidez en el sentido estricto del término idiota (principio de la navaja de Hanlon): aquel que no sabe entender su entorno, su contexto y a su prójimo porque, de hecho, en él ve un enemigo en lugar de un ser con el que crecerá cooperando.

Curiosamente, Hamilton asocia un cierto punto místico en cerrar los ojos para pensar en personas que nos importan pero, en realidad, es pura ciencia para la segregación de oxitocina que modifica nuestra estructura cerebral, Y, como es el ejercicio para muscular nuestra mente, acepten el reto de siete días de amabilidad para responder a distintos retos. Y, si quieren llegar más lejos, amigos lectores, practiquen con alguien a quien ser cordial le cueste un mundo porque “la amabilidad es un acto de valentía”. En una semana, serán más felices y distinguirán con más nitidez a los hostiles.