Opinión
Por
  • Javier García Antón

Violencia a dos ruedas

Una iniciativa aragonesa para ordenar y proteger los patinetes en las calles
Una iniciativa aragonesa para ordenar y proteger los patinetes en las calles
EFE

Camboya acaba de jubilar a Magawa, la rata gigante que ha descubierto en los últimos cinco años 71 minas antipersona y 38 bombas, un país en el que los artefactos explosivos brotan como lechugas. Su heroico proceder bien merece un descanso.

Estamos rodeados de violencias latentes, algunas inaprensibles como asegura el vecino surcoreano Byun-Chul Han, teórico de la sociedad de la transparencia en la que procedemos a una divulgación en redes prácticamente pornográfica en medio de la existencia de una agresividad invisible hacia quienes no se sumergen en las redes de la hiperinformación y la hiperrealidad. Combatir lo correcto se antoja punto menos que imposible y se genera lo que Hannah Arendt tildaba de política de terror: cuando nadie osa contradecir los preceptos oficiales u oficiosos de una comunidad.

Bajo el aura metafórica de la sostenibilidad, se aloja una violencia a dos ruedas irrebatible, hasta el punto de que las instituciones exhiben pereza a la hora de normativizar el uso de bicicletas, patinetes y motocicletas eléctricas dentro de los cascos urbanos. Dudo que alguien de ustedes sea ajeno a algún sobresalto por cualquiera de estas modalidades de movilidad, que los más puristas de entre los puristas conciben como una bendición de la madre naturaleza y otros, por el contrario, como una amenaza terrible. Verte rodeado por un tropel de patinadores en el Coso -en la confianza de que ninguno se despiste y haga diana en el muñeco que eres tú-, asustado por los repartidores de “fast food” en sus piruetas a lo Márquez, atribulado porque algunos ciclistas creen que la Dauphiné se gana en el carril-bici o angustiado por patinetes voladores es una escena de nuestros días. Y acojona.