Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Sin Iglesias, Pedro Sánchez acelera

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
EFE

Apenas mes y medio ha pasado desde que Pablo Iglesias anunció que dejaba la política, solamente tres meses desde que abandonó la vicepresidencia del Gobierno, y fíjese usted cómo ha evolucionado, sin la presencia del fundador de Unidas Podemos, la gobernación en España. Pedro Sánchez, sin la molesta presencia del hombre con quien hubo de coaligarse casi a palos, ha acelerado a fondo, y hoy se plantea un panorama por completo nuevo, que desembocará antes de julio con los indultos y posiblemente a mediados del mes próximo con una remodelación ministerial que parece cada día más imprescindible.

En una Barcelona convertida por una semana, merced al Cercle de Economía, en capital política de España, Sánchez comprobó una vez más su buena suerte: en medio de la batalla a favor y en contra de los indultos a los presos implicados en el ‘procés’, vio que súbitamente ‘casi’ todos se posicionaban a favor de las medidas de gracia a Junqueras y compañía, dejando clamorosamente solo (bueno, con Vox y Ciudadanos) a Pablo Casado en su tarea de oponerse. El apoyo del empresariado y de la Iglesia católica es, sin duda, un espaldarazo a los planes de Sánchez, consistentes en aprobar ya mismo los indultos, que serán previamente anunciados este lunes en un acto que La Moncloa ha organizado en el Liceo barcelonés. Nunca, sin duda, como estos días, habrá disfrutado tanto Pedro Sánchez: primero vinieron los elogios de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, con la promesa cierta de la llegada escalonada del dinero europeo; luego, el respaldo a los indultos del tándem formado por el presidente de la patronal española (CEOE), Garamendi, y la catalana (Foment), Sánchez Llibre. Por si fuera poco, la Conferencia Episcopal (no solo la catalana, creo) se sumaba al apoyo a la liberación de los presos, que están a punto de convertirse en ‘presos políticos’ casi oficialmente.

Qué duda cabe de que el líder de Esquerra Republicana de Catalunya, cuando pise las calles de la Ciudad Condal, va a ser aclamado como un nuevo Mandela, y tampoco tengo dudas de que pronto veremos una fotografía de Sánchez abrazado con Junqueras, tras la que tendremos con Pere Aragonés en La Moncloa. También vendrán medidas que gusten a la ciudadanía, como el fin de las mascarillas en público, algo referente al salario mínimo... y la crisis de Gobierno. Una remodelación en toda regla, sin el aliento inquietante de Pablo Iglesias en la nuca: manos bastante libres, porque la ‘heredera’ de Iglesias en el Ejecutivo es harina de muy otro costal. Y ya se sabe que un cambio de algunas caras poco apreciadas siempre repercute en positivo para quien las cambia. Ya digo que Sánchez es un hombre con suerte: atrás, cosas de hemeroteca, quedan sus falsedades, sus patadas a las instituciones -¿dónde están las voces del Supremo discrepantes con los indultos?-, sus rodeos para sortear algunas exigencias democráticas. Incluso diría yo -otros no lo piensan_ que el ‘suflé’ catalán va descendiendo: solo faltaba Sánchez en la foto del Rey con Pere Aragonés. Pero todo se andará, confían los ‘ultraoptimistas’.

El mes de julio ha sido tradicionalmente utilizado, desde los tiempos de Franco, para implementar medidas polémicas, porque es un período ya prevacacional, y este año de principio -principio, ojo_ del fin de la pandemia la gente quiere desquitarse de tanto confinamiento, de tanto dolor. Sánchez, que quiere mostrar que ha ganado la batalla de las vacunas, aunque sea porque España funciona a pesar de sus representantes, acaba de vencer, como Felipe González con la OTAN hace treinta y cinco años, en la guerra de los indultos. Pero a Sánchez no le ha hecho falta ni el referéndum que tuvo que ganar González. El acelera y de Pablo Iglesias ya nadie se acuerda. Este no quiere precisamente ser un artículo de elogio, sino que constata una realidad: A Sánchez, tres años en La Moncloa ya, la vida, por ahora, le sonríe.