Opinión
Por
  • Javier García Antón

Un negro como yo

Javier García Salvatierra y Moha Gerehou
Javier García Salvatierra y Moha Gerehou en la presentación del libro
Rafael Gobantes

HACE 7 años, mi enfermera Juani me decía, tras darme de alta como diabético, que sólo conocía dos casos, un senegalés y yo. Le repliqué: Los dos iguales. Me miró extrañada: él negro por fuera, yo negro por dentro. Y brotó la carcajada en estéreo.

Este jueves, apenas conteniendo la baba de la satisfacción, veía y escuchaba a mi retoño Javier presentando a su amigo Moha Gerehou (“Qué hace un negro como tú en un sitio como éste”), en un salón pandémicamente abarrotado (o sea, con aforo limitado), con un inicio fascinante de Martin Luther King: “Busco el día en el que la gente no sea juzgada por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”. Ese hito, que sucederá a una reflexión y una acción global, traerá una simbiosis prodigiosa: Moha será caucásico y yo africano. Él vestirá, como decía un día mi admirado Carrera Blecua, como un occidental con aburrido traje gris, y yo luciré como las africanas (¡qué hermosos los vestidos en la primera fila del acto!), colorido, pasional, fascinante. El negro que seré estará orgulloso de la diversidad, que es un regalo divino que disfrutamos los humanos, y que está llamado a convertir este valle de lágrimas en un edén.

Moha y Capi (mi hijo) disfrutaron de un tesoro impensable en mis tiempos de juventud, anodinos por el inexistente mestizaje. Sólo la televisión en blanco y negro nos enseñaba que había otros mundos, y que sin embargo estaban en este. Ellos tenían una cuadrilla que parecía la confluencia en los cascos azules de la ONU, entre italianos, dominicanos, magrebíes, rumanos, el gambiano, el navarro y hasta alguno de Huesca. Todos fatos. Todos felices porque, en la concurrencia, aprendieron que el sentido del ser humano es un destino universal hacia la felicidad.