Opinión
Por
  • Javier García Antón

Cizaña y asertividad

Pedro Sánchez manifestantes independencia
Manifestantes por la independencia en las afueras de la conferencia de Pedro Sánchez
Agencia EFE

PUES AQUÍ estamos, los que al menos teóricamente creemos en el Estado de Derecho, la Constitución y la ley, a palo limpio. Séneca aseguraba que el peor enemigo es el que está encubierto, y en este caso los favorables a los indultos y los contrarios -entre los que me hallo, lo digo con claridad- renunciamos a la asertividad constatando aquella convicción de Salustio, que en su rol de tribuno de la plebe sentenciaba que por la armonía los estados se hacen grandes mientras la discordia destruye los más poderosos imperios.

Tan peligrosa es la situación que no olisqueamos el perfume que es el veneno que contamina el aire que nuestro pelo corta, versión Estopa. Hemos decidido, al parecer, que mientras los secesionistas prosiguen con su murga de yo quiero mi independencia, entre los que creemos en España no puede haber asertividad. Esto es, no somos capaces de defender los derechos propios expresando lo que creemos, pensamos y sentimos directa y claramente, respetando los derechos de los demás. Lo que viene a llamarse voluntad de alcanzar acuerdo frente a las amenazas externas de los enemigos de tal virtud: los contumaces, los entrópicos, los pesimistas, los quejicas, los indisciplinados y los resignados.

La escucha activa ha muerto por el sectarismo y las banderías, en un escenario en el que los chacales aprovechan la desorientación de las manadas otrora organizadas y el miedo que detectan entre las víctimas. No estaría de más que asentáramos una nueva asertividad en la que las relaciones interpersonales acabaran con las ansiedades y temores que distribuyen los hiperactivos cizañeros con propaganda falsaria. Así, de la mano, negociar sin renunciar sí es arte.