Opinión
Por
  • Javier García Antón

El placer del nepotismo

Joe Biden
Joe Biden
EFE

CON placer indisimulado, en La Loca Historia del Mundo, Luis XIV se mofaba ante sus privilegios: Es bueno ser rey. Algo parecido le sucedía al tirano ateniense Pisístrato, que tiró de argucias para dar un golpe de estado y colocar a todos sus allegados. No hace falta tanta afectación para entregarse a la tentación del nepotismo. Napoleón Bonaparte le dio la corona de España a su hermano Pepe, y los papas del medievo otorgaban territorios y títulos a hijos y sobrinos.

En la España reciente, Carod-Rovira contestaba con cinismo a la acusación de entregar un cargo a su tato en la TV3: “Si el puesto es de confianza, ¿se puede tener más que en un hermano? Visto así... Ahora viene a resultar que Joe Biden, el impoluto, en ese aura de santidad civil que le precede, nos ha resultado muy nepotista, tanto que el jefe de Transparencia de la era Obama afirma que es “asqueroso” semejante desparpajo...

Y aparece en los titulares de media España, como si en el país, Aragón o Huesca faltaran ejemplos de políticos que, en su progenitura, colocan a la niña, al niño y al sobrino, y si es menester al papá, a la mamá o al abuelo. ¡Qué leches! ¡Que rule el dinero público, que no es de nadie, que cae del cielo, de la providencia! Miren en rededor y, si no los ven, me “wasapean”. Se los enumero.

Lo peor es que Pisístrato o el pontífice Calixto III, antes de nepotistas, se formaron y explotaron cualidades. Hoy, como explica Alain Deneault en “Mediocracia: cuando los mediocres llegan al poder”, nos invaden políticos ambivalentes sin claridad intelectual sobre lo que es progresista o conservador, profesores de universidad que sólo rellenan formularios, reporteros adocenados o artistas revolucionarios, pero subvencionados. Tropelías edulcoradas, vaya.