Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

La herida de la vida, la del amor, la de la muerte

Vista de Huesca
Vista de Huesca
D.A.

Abrimos los periódicos y todo son protestas, con razón y sin razón se protesta por todo, cuando algo trastorna, aunque sea levemente mis planes, protesto y cuanto más ruidosamente mejor ¿Cómo me pueden hacer esto a mí? Qué se habrán creído, yo tengo mis derechos y hasta puede que sea verdad, sin embargo, es difícil encontrar a nadie que reivindique sus obligaciones. Es como si no las tuviéramos, solo derechos y uno de ellos es el derecho a protestar.

Bajemos un peldaño el nivel, porque seguramente no somos protestones, no estamos en ese saco, pero y ¿quejarnos? Ahí si que puede que nos acierten, la vida no hace más que proporcionarnos heridas que provocan quejas, y no es tanto lo ruidoso que sean nuestras quejas cuanto que lo sean, nuestro ánimo sufre igualmente aunque no se manifieste. Los aconteceres de la vida, la sorpresa de vivir, si la aceptáramos como algo que se nos regala cada día, cada minuto, no debería suscitarnos queja sino agradecimiento porque no hemos hecho nada para merecerla. En el gran casting que organiza el Señor nos ha elegido sin tener más merecimiento que otro, solo porque Él ha querido que yo concretamente contribuya con Él en la gran obra de la Creación: “dominad la tierra”(Gen.1,28). Quejarme es ser un caprichoso, me contraría que las cosas no sucedan como yo tenía previsto y es que nos gusta jugar a ser un poco dioses y no aceptamos fácilmente que no lo somos.

De mi paso por la vida con estas heridas vengo: “… la de la vida / la del amor / la de la muerte…” (Miguel Hernández). Que es tanto como decir que la consecuencia de vivir es la queja continua. ¿Qué no soy correspondido en el amor en la medida en que yo me doy? Pues silencio y agradecer a Dios el haberme dado esa capacidad de amar. ¿Que no entiendo la muerte de alguien cercano, o de alguien que considero inocente? ¿En qué quedamos, no creemos de verdad que aquí estamos de paso y que nuestra casa está en el cielo? Pues agradezcamos al Señor que a nuestro ser querido se le haya ahorrado parte del peregrinaje. ¿Y las heridas de la vida? ¡son tantas!. ¿Cuántas veces equivocamos el tiro! Recuerdo la reflexión del obispo vietnamita Van Thuan cuando estaba preso y preocupado por sus diocesanos, sus monjas, sus seminaristas, hasta que tuvo la revelación de Dios que le pregunta ¿Tu vida está dedicada a Dios o a las obras de Dios? Las obras de Dios son de Dios, son su negocio, pues Él sabrá cómo gestionarlas.

Leemos en el salmo 140: “Coloca, Señor, una guardia en mi boca; un centinela a la puerta de mis labios”. El salmo se refiere a una guardia y una guardia es un pelotón de soldados que defiende un acuartelamiento. ¡Si será difícil sufrir sin quejarse!

En el evangelio en el que San Lucas describe con tanto detalle la escena, solo dice de la viuda de Nain que “lloraba” y parece que quiere decir que lloraba en silencio, sin quejarse. El Señor tuvo compasión de ella, se puso en su lugar, la comprendió. Y nosotros, después, tenemos el ejemplo de Jesús. Seguramente lo que más asombró a los verdugos, a los soldados y al populacho insultador fue que el Señor “no abrió la boca”, no se quejó de nada; cumplió al pie de la letra lo profetizado por Isaias: “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores “(…)Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero(…)” (Is. 53,7) Que quiere decir que Él ve todo lo mío y todo lo mío le afecta, que tiene compasión de mí, que está pendiente de mí, porque me ha elegido a mí, porque nos ha elegido uno a uno a cada uno de los 7.000 millones de hijos que tiene en el mundo y cada uno le importamos. Hay que hacer el esfuerzo, a mí me lo digo, de contestar a los sinsabores, a las ingratitudes, no con quejas sino con silencio, que no quiere decir resignación, sino aceptación alegre porque el Señor ha querido que yo forme parte del Plan de Dios y ese, seguro que es exitoso.