La soledad del "mena"
LA RIGIDEZ es la exhibición de las mentes simples. De las personas sin escrúpulos. De las organizaciones monolíticas. De los individuos sectarios. Responder de idéntica forma a estímulos tan sólo aparentemente iguales contribuye al empobrecimiento de la perspectiva. Cuando los oradores son públicos, además, arrastran irreflexivamente el lastre de la irresponsabilidad, porque tienen eco y lo utilizan como altavoz de charlatán. En verdad, quiero pensar que no somos pocos los ciudadanos que estamos sumidos en el mar del aburrimiento, que Leopardi identificaba como más nefasto para la felicidad que los males.
Un asunto, sin embargo, me extrae de la apatía sobre el debate público. Y es el de los “menas”, los menores no acompañados. La memoria, que es la guarnición de la fortaleza de nuestras cabezas (Napoleón tenía estas genialidades), me remonta a aquella sociedad de mediados de los ochenta en los que las residencias de niñas y niños de la Diputación Provincial, abnegadamente atendidas 24x7 por las monjas, fueron cerradas para una nueva metodología en pisos donde los jovencitos procedentes de familias desestructuradas o abandonos eran tutelados y asistidos por profesionales. El traslado fue polémico, precisamente, por la reducción en el servicio. Pero muchos acabaron labrando un futuro.
Hoy, 35 años después, unos extremistas se dedican a meter mierda recubierta de mentiras en forma de falsos privilegios y atribución indecente de violencia contra esos chicos adolescentes dejados al albur de la selva urbana, sin orientación, sin acompañamiento, sin tutela, sin cariño. Y, en su pasividad, se pone en el otro extremo, que no en el centro de la virtud, quien ataca a aquellos sólo por obtener réditos. Y, en medio, la soledad del menor, ayuno de la conmiseración de -casi- nadie.