Broncas de ida y vuelta
EL ESCENARIO patrio está tornándose hosco, agresivo, antipático, en ciertos momentos irrespirable. Nos hemos acostumbrado a elevar la voz sin percibir que subir el diapasón no garantiza dar caza a la pieza de la razón. Aristóteles sentenció que enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo. La retórica, con sus asistentes virtuosos de la oratoria y la elocuencia, debe complementarse con la ética, que el filósofo define como la elección reflexiva del justo medio entre el exceso y el defecto. En la mezcla entre el carácter y la pasión, toma del Fedro de Platón las reacciones que se buscan en el interlocutor: la ira y la mansedumbre; el amor y el odio; la valentía y el temor; la vergüenza y la impudicia; el favor y la gratitud; la piedad y la indignación; la envidia y la emulación.
En las ágoras de hoy, quedan pocos resquicios para las sutilezas y se ciega el camino a la coherencia. Se carga la prueba de la contagiosidad en los jóvenes atribuyendo una responsabilidad que obviamente trasciende lo personal, pero todos silbamos y miramos hacia otro lado ante la gigantesca maniobra de distracción que define el coronel Baños en El Dominio Mental: se cercena toda crítica a la salud, la seguridad y la sociedad, cual si la dirigencia estuviera revestida del principio de la infalibilidad y quienes lo pusieran en cuestión fueran traidores insensatos. Algo así como despojar de toda responsabilidad -perdonen la iteración- a la dirigencia. El término dimitir queda preterido. Desintoxicados del soma mediático de diestra y siniestra, quizás la bronca unidireccional vuelva como vertiginoso bumerán con vestigios del criterio de la libertad.