Opinión
Por
  • Javier García Antón

Broncas de ida y vuelta

Numerosos jóvenes se han realizado el análisis.
Numerosos jóvenes se han realizado el análisis.
Pablo Segura

EL ESCENARIO patrio está tornándose hosco, agresivo, antipático, en ciertos momentos irrespirable. Nos hemos acostumbrado a elevar la voz sin percibir que subir el diapasón no garantiza dar caza a la pieza de la razón. Aristóteles sentenció que enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo. La retórica, con sus asistentes virtuosos de la oratoria y la elocuencia, debe complementarse con la ética, que el filósofo define como la elección reflexiva del justo medio entre el exceso y el defecto. En la mezcla entre el carácter y la pasión, toma del Fedro de Platón las reacciones que se buscan en el interlocutor: la ira y la mansedumbre; el amor y el odio; la valentía y el temor; la vergüenza y la impudicia; el favor y la gratitud; la piedad y la indignación; la envidia y la emulación.

En las ágoras de hoy, quedan pocos resquicios para las sutilezas y se ciega el camino a la coherencia. Se carga la prueba de la contagiosidad en los jóvenes atribuyendo una responsabilidad que obviamente trasciende lo personal, pero todos silbamos y miramos hacia otro lado ante la gigantesca maniobra de distracción que define el coronel Baños en El Dominio Mental: se cercena toda crítica a la salud, la seguridad y la sociedad, cual si la dirigencia estuviera revestida del principio de la infalibilidad y quienes lo pusieran en cuestión fueran traidores insensatos. Algo así como despojar de toda responsabilidad -perdonen la iteración- a la dirigencia. El término dimitir queda preterido. Desintoxicados del soma mediático de diestra y siniestra, quizás la bronca unidireccional vuelva como vertiginoso bumerán con vestigios del criterio de la libertad.