Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

Un chuletón para el timonel

Polémica por las declaraciones de Alberto Garzón
Polémica por las declaraciones de Alberto Garzón
S.E.

VAYA por donde nos hemos enterado de que el presidente del Gobierno se pirra por un buen chuletón. “Es imbatible” dijo. Otro asunto es si esto sirve de algo, porque hace cuatro días había presentado a bombo y platillo un extraño ejercicio de perspectiva supuestamente destinado a describir la España que imaginaría para dentro de treinta años y en ese documento también se afirmaba que hay que comer menos carne por razones medioambientales, que es exactamente lo que dijo el tal Alberto Garzón al que tiene de ministro de Consumo y al que estaba contradiciendo. ¿Quién mentía o cuando mentía? Da igual porque Garzón luego ha dicho que también le gusta la carne y mejor “poco hecha”. Esto es esencialmente lo que hay detrás de este incidente aparentemente banal, pero muy revelador. Ponga usted carne o pescado o lo que se le ocurra; la conclusión es que no es posible saber qué planes tiene realmente este Gobierno para el país que formamos nosotros los ciudadanos. No hay manera de estar seguro si lo que dice hoy el Gobierno es lo que va a hacer o si en realidad este episodio no es más que un mero desahogo dialéctico, pura cortina de humo para disimular la catástrofe que se avecina este verano con una brutal cuarta o quinta ola que se podía haber evitado.

Es normal que en un Gobierno aparezcan opiniones contradictorias. Solo los regímenes totalitarios mantienen la permanente unanimidad absoluta porque de lo único que se trata es de aplaudir al líder (y no me estaba refiriendo a la indecente escena de pleitesía que parece que el gabinete entero perpetró el día en que se aprobaron los indultos). En el Gobierno que preside Sánchez ya hemos conocido este tipo de desavenencias por asuntos mucho más importantes que el punto del chuletón como son la reforma laboral o la de las pensiones, temas de los que depende el bienestar o el malestar de millones de personas. En estos casos, cuando han chocado públicamente las opiniones de Nadia Calviño con las de Yolanda Díaz o antes con las del evaporado Pablo Iglesias, el presidente se ha limitado a ponerse de lado. El caso del ministro de Seguridad Social José Luis Escrivá es tan enternecedor que se contradice consigo mismo. Yo pensaba que esta vez que Sánchez ha desautorizado brutalmente al ministro Garzón, esto tendría consecuencias inmediatas. Pero en esta coalición no funcionan ni la lógica ni la dignidad. Ni pasó nada –literalmente nada- en el caso de la legislación laboral, ni va a pasar nada ahora en respecto a la carne. Si se dan cuenta lo único que tienen en común todos los problemas reales que discurren por el Consejo de Ministros es que no se resuelve ninguno porque medio gabinete no está de acuerdo con el otro medio. Y así llevamos ya dos años, uno y medio de pandemia, dando vueltas solo a las cosas que sirven esencialmente para dividir a la sociedad como le gusta a Iván Redondo, pero que no dan de comer a nadie. Tertulias y artículos a granel para discutir si el brutal asesinato de ese chaval coruñés entra o no en un molde ideológico u otro, como si en su condición sexual estuviera la clave de todo, cuando él está muerto y los apóstoles del pensamiento correcto siguen discutiendo si hay que ir a una manifestación de protesta o no.

El ministro de Consumo no sirve para el puesto. Sus descalificaciones sobre el turismo debían de haber bastado para mandarlo a su casa, expulsado de la política de un país que tiene en esta industria buena parte de su riqueza presente y futura. Lo de la carne, dicho así como un desahogo irresponsable, no tiene un pase porque ha irritado sin necesidad a la parte más vulnerable de la economía -el mundo rural- que por cierto además contribuye de forma esencial al mantenimiento del paisaje, que en muchas partes es la materia prima del turismo. Después de esto, Garzón debería haber dimitido por dignidad, igual que deberían haberlo hecho antes todos los ministros a los que el presidente del Gobierno no ha respaldado en su momento. Así funcionan los gobiernos del mundo civilizado, para que los demás sepamos claramente en qué dirección nos llevan. El buque solo tiene un timón y cuando uno de los oficiales gira a babor y otro dice que es al revés, que hay que ir a estribor, no hay nave que resista una travesía. Por eso le corresponde al comandante señalar el rumbo y mandar fuera del Puente de Mando a los que inducen al desbarajuste, aunque en este caso a veces da la impresión de que pretende resolver el problema poniendo un segundo o un tercer timón al navío, para que cada cual pueda usar el que más le guste, a riesgo de reventar las máquinas. Lo único que vemos es que en realidad Sánchez no tiene una idea clara de hacia adonde quiere llevar al país o no es capaz de explicarla porque ha perdido toda credibilidad. Por añadidura, al menos la mitad de sus ministros carecen de la decencia necesaria para reconocer que no saben tampoco en qué dirección estarán navegando la semana que viene. Y ahí siguen, discutiendo sobre el punto del chuletón sin darse cuenta de que se les está achicharrando en la plancha.