Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El presidente y su semigobierno

Comparecencia de Pedro Sánchez para anunciar el cambio de gobierno.
Comparecencia de Pedro Sánchez para anunciar el cambio de gobierno.
Agencia EFE

De todos los matices que han destacado los observadores habituales de la política española sobre la remodelación del Gobierno de Pedro Sánchez, yo me quedo con la que menos se ha mencionado, que solo ha tocado a la parte PSOE del ejecutivo y ha ignorado a los demás ministros, como si formasen parte de otro gabinete. O como si reconociese que no está en su mano designar a todos sus ministros y que su soberanía presidencial se limita a decidir los nombramientos que le corresponden a su partido y el otro hemisferio del ejecutivo no es cosa suya. Esto es preocupante porque significa que no hay un gobierno sino dos en uno y que seguiremos en esta estéril esquizofrenia política en la que unos deshacen lo que han tejido los otros y ambos nos quieren hacer creer que son razonables porque se esfuerzan en soplar y sorber al mismo tiempo. Los ministros del sector Podemos están casi todos igual o más quemados que aquellos que ha cesado, pero a Sánchez parece no importarle, de lo que deduzco que esta remodelación tiene mucho que ver con su relación con el PSOE y no tanto con la propia acción del ejecutivo, que por desgracia seguirá lastrada por la división estratégica entre los socialistas y la morralla que aporta Podemos y porque todos están colgados de la brocha parlamentaria que les proporcionan los independentistas, filoterroristas y demás.

Por supuesto que me parece muy significativo que Sánchez haya prescindido de Iván Redondo, que después de este paso por la Moncloa supongo que si no le contrata ahora el PNV, le costará bastante encontrar trabajo en lo suyo, al menos en España. Y si lo encuentra desde luego muchos de sus clientes se lo mirarán como miraría yo al comisario Villarejo: mejor ni saludarlo. Uno es prisionero de sus actos, de sus lealtades y de sus traiciones. Esa especie de magia de la mercadotecnia política puede servir para alcanzar el poder pero sus efectos duran lo que duran si no hay detrás una verdadera política que Sánchez no ha encontrado.

Así que si este cambio no viene a resolver la médula del problema que tiene el “bigobierno” consigo mismo, la remodelación servirá de poco. En mis años de corresponsal en Moscú asistí a las tribulaciones de Mijail Gorbachov, a quien tengo por uno de los dirigentes políticos más inútiles que he conocido. Se pasaba el día pidiendo consejo a sus expertos y a los embajadores occidentales, alguno de los cuales le explicó claramente lo que tenía que hacer. Pero como las recetas que le daban -como por ejemplo el restablecimiento de la propiedad privada para atraer las inversiones que necesitaba desesperadamente- se contradecían con su fe absoluta en el sistema que se estaba derrumbando ante sus ojos, Gorbachov era incapaz de tomar una decisión. Todos los días salía en el telediario anunciando reformas, pero nunca entraba en el meollo y así hasta que ya fue demasiado tarde para salvar nada. Entonces lo describí como alguien que quería pintar su casa de amarillo pero usando solo pintura azul. Gorbachov se agotó derrochando botes de pintura capa tras capa y luego se quedaba perplejo porque la casa seguía siendo azul y no amarilla como pretendía. Parece que Sánchez ha querido refrescar las paredes de la Moncloa, pero por más brochazos que de, si no cambia de pintura, el resultado será el mismo, aunque cambie a Miquel Iceta de sitio, que por cierto me parece que debe haber sido una exigencia de los separatistas. ¡Qué pereza!