Opinión
Por
  • Javier García Antón

Honradez intelectual

Pilar Llop, ministra de Justicia
Pilar Llop, ministra de Justicia
Agencia EFE

LA DISCIPLINA de partido se ha convertido en un hercúleo desafío para los individuos que los integran. Es una corriente de aguas bravas que arrastran con tal fuerza que apenas se le puede oponer resistencia. No son muchos los que esperan a llegar a un remanso para entender que la ley de los prejuicios ahoga el criterio y perjudica a todos y cada uno de los nadadores. Inmersos en la inmediatez, inundados por los mensajes de los falsos ídolos, los sujetos vacían su capacidad conceptual para depositarla en un contenedor de un magma asfixiante. Fenecen, en ese escenario, las ideas fundamentales de la política, que Aristóteles definía en la Ética a Nicómaco como lo bueno y lo justo, vehículos para abrazar y expandir la felicidad.

No puede la ministra de Justicia, Pilar Llop, repetir como un papagayo el argumento de un año antes de Sánchez: que el confinamiento salvó 450.000 vidas. Abriría la puerta, en correspondencia, a asegurar que las decenas de miles de muertes de la primera ola obedecieron a la dilación en la obligatoriedad de la mascarilla al día 70 desde el inicio del estado de alarma. No se puede ser tibio con la dictadura indiscutible de Cuba. Ni el Partido Popular puede mirar hacia otro lado y no votar contra las tropelías de Orban en Hungría.

Exige tres condiciones la atribución de la honradez intelectual al ser humano: la congruencia entre el pensamiento y la acción; la apertura a las razones que contradicen nuestra opinión y la disociación de la responsabilidad de los actores. El respeto a la Justicia se practica, no se predica, y la lectura de un fallo ha de ceñirse a lo que dice, sin ventajismo interpretativo. El fondo es fundamental y la forma imprescindible. No pocas democracias se han empobrecido por no asumir la dualidad.