Opinión
Por
  • Juan José Barragán

La senda de los elefantes

Subastan 170 elefantes en Namibia por la superpoblación  y la sequía
Elefantes en Namibia
EFE

En los momentos de crisis, como el actual, es cuando se aprecian mejor las carencias de una sociedad. Carencias que son de sobra conocidas, pero que nadie parece tener interés en atajar. Por ello, les pondré un ejemplo que podemos ver en la naturaleza, la misma que nos avisa de nuestros excesos, como ha sucedido con este virus mortal de origen chino.

Un día, viendo uno de los documentales sobre África que tanto me gustan, pude conocer el “sistema educativo” de los elefantes. Como mamíferos, y animales de gran cerebro y al parecer bastante memoria, tienen una etapa similar a la de los seres humanos, que conocemos en nuestro caso como adolescencia, que significa que se carece de la madurez o plenitud de la persona adulta, nada más. A este respecto, me gustaría aclarar que hay adultos que nunca llegan a esa madurez que se les presupone, pero sigamos.

Cuando los elefantes tienen su época de celo, los más jóvenes, es decir, sus “adolescentes”, muestran todo tipo de comportamientos fuera de lugar, mostrando en ocasiones una alta agresividad. Sin embargo, a los adultos no parece que les moleste, porque cuando llegan a determinados excesos los reprenden, incluso físicamente, llegando a apartarlos temporalmente de la manada hasta que vuelven a la normalidad.

En nuestro país, tras el fracaso estrepitoso de siete leyes educativas diferentes, hemos llegado a una situación que nos define: se pretende que nuestros jóvenes, y en general toda la población, acaten una actitud, y no una norma.

Lo que no se ha tenido en cuenta, es que las actitudes son voluntarias, a diferencia de las normas que son de obligado cumplimiento. Lo que explica, perfectamente, que los alumnos de nuestro sistema educativo tengan cada vez menos nivel académico, ya que se fía todo a su actitud y no al cumplimiento de una norma. Hecho que, como vemos cada día en la pandemia, inunda nuestras calles en forma de botellones, fiestas, conciertos...

Nadie pretende que se les obligue a todo, pero sí que aprendan a respetar una serie de normas mínimas, con paciencia, coherencia y, por supuesto, el rigor necesario, teniendo en cuenta las menores excepciones posibles.

La educación por sí misma no trautamiza. Lo que lo hace es suponer, que en la vida, no vamos a encontrar obstáculos para conseguir nuestra propia felicidad.

Para eso hay normas, para que la consecución de nuestra felicidad no atente sobre la de cualquier otro ser humano. Pero como nos empeñamos en deshacerlas o, simplemente, incumplirlas, lo único que nos queda es la ignominia (si no conocen el término pueden buscarlo en internet).

Por ello, la inconsciencia de unos pocos puede conseguir que los poderes públicos nos coarten nuevamente de forma total, o parcialmente, la libertad a todos, obligándonos a seguir, una vez más, la senda de los elefantes, que ya recorrimos en nuestra juventud.