Opinión
Por
  • FÉLIX RODRÍGUEZ PRENDES

¿Qué hay al otro lado de la puerta?

lo único que hemos de llevar en las manos es el amor a Jesús o lo que es lo mismo, la seguridad de que al otro lado de la puerta está nuestro Padre.
lo único que hemos de llevar en las manos es el amor a Jesús o lo que es lo mismo, la seguridad de que al otro lado de la puerta está nuestro Padre.
Pixabay

Está todo tan revuelto que es muy fácil caer en la desesperanza. A cualquiera que le preguntas ¿Qué tal? Casi indefectiblemente te contesta con un Ufff!!! Y es que hay muy poca gente satisfecha; tenemos todos el virus cibernético y queremos tener todo ahora y además que sea útil y eficaz y es tan grande la oferta que lo normal, si no nos mueve otra cosa, es sentirnos insatisfechos. Pensando en esto el otro día se me ocurrió la idea de dar la vuelta a la cuestión y ¿si en vez de obsesionarnos por lo que nos falta, nos alegrarnos por lo que tenemos?; comentándolo con un amigo, él decía que eso es peligroso porque se puede caer en el conformismo y la pereza, pero yo no lo creo, si al analizar el balance de lo que tenemos, tenemos presente que todo se lo debemos a Dios que nos lo ha dado. Lo cierto es que es difícil luchar contra eso y nos crea un desasosiego incompatible con la paz. Esa desesperanza nos puede hacer dudar de todo porque parece que a los malos les salen las cosas mejor, por lo menos aparentemente, aunque sepamos que no pueden ser felices. Se puede llegar a pensar que si todo estriba en el carpe diem, ¿Estará el Señor esperándonos al otro lado de esta vida? El otro día me mandaron un video revelador: Un señor va al médico y después de hablar de sus males físicos le pregunta ¿Usted cree que hay algo al otro lado? El médico no responde nada; en ese momento entra en la consulta un niño pequeño que corriendo se echa en brazos del médico, entonces éste dice al paciente: Mi hijo es la primera vez que viene a la consulta pero ha abierto la puerta y ha entrado corriendo porque sabía que aquí estaba su padre. ¿Eso contesta a su pregunta?

Muy recientemente he pasado por circunstancias en que ciertamente me encontraba justo en la puerta y si bien tenía un cierto desasosiego ¿a qué negarlo? No tenía miedo porque estaba seguro, como el hijo del médico, que mi Padre estaba al otro lado. No era el momento, el Señor no lo tenía decidido así y aquí estoy

Esto nos lleva a reconciliarnos con Dios, un poco lo que nos recuerda San Pablo: “Os suplico en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios” (2Co. 5,20) y no se refiere aquí a la primera reconciliación ni tan siquiera a lo que representa el sacramento de la reconciliación; se dirige a los cristianos bautizados, a nosotros. Hemos de buscar en qué consiste esa reconciliación, necesaria para combatir el distanciamiento de la Iglesia de tantos bautizados: Sin querer se nos ha inculcado una idea de Dios, juez. Así cuando rezamos hágase Tú voluntad, inconscientemente nos remitimos en esa voluntad divina a lo que es desagradable o doloroso o al menos lo podemos ver como una mutilación de la libertad, como si Dios fuera enemigo de la alegría o de la fiesta. Cuando decimos Kyrie eleison –Señor ten piedad- nos sugiere una petición de perdón de la criatura ante el Creador en la situación de castigar. En realidad, deberíamos traducirlo por: ”Señor envía tu ternura sobre nosotros” y con ese verbo (eleos) manifiesta el amor por su pueblo en el libro de Jeremías: “Mi corazón se conmueve y siento por él gran ternura”. Si Dios es el Todopoderoso y nuestro Creador, la transgresión de la ley –el pecado- nos lleva a pensar en la necesidad de la reparación, pero como la reparación no está a nuestro alcance, entonces surge la angustia del juicio después de la muerte. En el Antiguo Testamento se decía: “Nadie puede presentarse ante mí con las manos vacías” (Ex, 23); pero en el Nuevo, que es el de la gracia, lo único que hemos de llevar en las manos es el amor a Jesús o lo que es lo mismo, la seguridad de que al otro lado de la puerta está nuestro Padre.