Opinión
Por
  • Javier García Antón

Bibliotecas y gimnasios

Simone Biles, gimnasta estadounidense
Simone Biles, gimnasta estadounidense
MIKE BLAKE

RECUERDA Irene Vallejo en su Infinito que los gimnasios se transformaron en la época helenística en centros de educación con aulas, recintos para conferencias y salas de lectura. El de Atenas disponía de una biblioteca especializada en comedia y tragedia, con profusión de ejemplares de Eurípides, Sófocles, Menandro o Demóstenes.

Quizás esa combinación entre la lucha, el atletismo y los distintos géneros de la dramaturgia y del ensayo (en Rodas eran más de retórica, política e historia) es una fórmula perfecta para ejercitar los músculos sin dejar de trabajar el cerebro. En las virtudes de la literatura, la de salvar vidas como asegura Maximiliano de El Mercader de Libros y como constata el hecho de que los siracusanos perdonaran el cuello de los presos atenienses que fueran capaces de recitar a Eurípides.

A muchos deportistas les falta atornillar su fortaleza mental a través de la consecución de un relato sólido de su acción. De ahí que se quedan desposeídos (gimnasio deriva del término desnudez) de argumentos en el momento en el que la línea de su evolución en las canchas, los campos o las pistas queda quebrada por un inconveniente. No todos esculpen una personalidad tan rocosa como Maialen Chorraut, que en el último lustro ha convertido cada ruptura en una ligazón para su compromiso.

Las lágrimas de chiquillas como Simon Biles en Tokio o Naomi Osaka en Roland Garros revelan que en la alta competición se precisa imperativamente de más escuelas de vida y de valores que aparatos para la obtención de rendimientos estratosféricos. Y, de paso, los espectadores tendríamos que educarnos en los límites del cuerpo humano y no esperar gestas inhumanas.