Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Tenemos unas preguntas para Pedro Sánchez

Pedro Sánchez durante la rueda de prensa de este jueves
Pedro Sánchez.
E.P.

Aunque sin mucha convicción, la semana anterior pensé que finalmente Pedro Sánchez podría ceder a los cantos de sirena que le proponían salir tras el Consejo de Ministros a explicar -”pero sin periodistas no, Pedro” algunas de las cosas sucedidas desde que, no hace mucho más de un mes, remodeló, en crisis sin precedentes, su Consejo de Ministros. Desde entonces, Marlaska y las repatriaciones de niños marroquíes, Afganistán, llamada de Biden... Y el presidente, que se ha anotado algunos buenos tantos, como el mentado telefonazo con Biden o los elogios de Ursula von der Leyen a la actuación española en la crisis de Afganistán, “un ejemplo para Europa”, sigue sin salir a los medios, periodísticos ni parlamentarios, para dar detalles. ¿Por qué?

Lo lógico sería que Sánchez sacase pecho: la presidenta de Europa le elogia sin recato, Biden se le pone al teléfono y le pide cooperación, el rey de Marruecos dice que quiere normalizar las relaciones con España y hasta Pablo Casado, a quien ignora sistemáticamente, parece haber puesto algo de sordina a sus trompetas del Apocalipsis del ‘no a todo’. Son todos factores positivos que debían haberle inducido a aceptar el reto de una comparecencia ante el Legislativo y propiciar una aparición ante los periodistas en el salón de prensa de La Moncloa.

Una de dos: o Sánchez no quiere que se le interrogue por determinadas cosas -por qué cesó a tal o cual colaborador importante, por ejemplo- o... está preparando alguna sorpresa, alimentando, para que salga hermoso y lucido, a algún conejo en su inacabable chistera. A Sánchez le encantan las sorpresas, sobre todo cuando el viento sopla de popa. Tiene ideas, posibilidades -el BOE da para mucho- y arriesga en sus apuestas. Y sobre eso tenemos muchas preguntas que hacerle.

Algunos de los que le conocen te dicen que él sabe que la situación de dependencia de un Podemos en declive y de una Esquerra que nunca se sabe por dónde va a salir es, simplemente una situación casi imposible. Que no llegará así hasta las postrimerías de 2023, cuando tenga que convocar elecciones. Los retos de septiembre, desde la mesa de negociación con el Govern catalán hasta una soterrada, sibilina, insurrección de jueces hartos -el día 6 se celebra el inicio del año judicial y seguro que Carlos Lesmes lanzará alguna soflama en favor de la renovación del Consejo y de sí mismo-, hacen que sea casi imposible seguir transitando por esta senda de anormalidad política.

Seguramente me equivocaré de nuevo -con Pedro Sánchez es muy difícil acertar en las predicciones sobre lo que hará o no hará: es la caja de sorpresas por antonomasia-, pero pienso que Sánchez, ahora sí, esté meditando algún giro importante de timón que enderece el barco político y lo lleve a más pacificados caladeros. Y me parece que la oposición debería facilitar ese tránsito, que les conviene y a todos nos conviene también. Vamos a ver hasta qué punto Sánchez es capaz de dar ese giro, ahora que está en un momento relativamente dulce. Seguir por este camino es empecinarse en ir por el sendero más complicado e incomprensible para sus electores y para los españoles en general.