Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Para servir, servir

Papa Francisco
Papa Francisco
Efe

Guido Orefice es un italiano de origen judío, entusiasta y muy ingenioso, que empieza a trabajar en el hotel de su tío en la película “La vida es bella”. El tío le hace una prueba, una especie de examen que demuestre si está ya preparado para desempeñar el trabajo de camarero. Al final de la misma, Guido no sabe hasta donde tiene que inclinarse al hacer una reverencia; su tío aprovecha entonces para darle una lección magistral sobre el significado del servicio. Le dice: fíjate en los girasoles, se inclinan al sol, pero, si ves alguno que se inclina demasiado es que está muerto. Tú estás sirviendo pero no eres un siervo. Servir es el arte supremo. Dios es el primer servidor, Dios sirve a los hombres, pero no es siervo de los hombres.

Servir a los demás no es algo despreciable ni bajo, es lo más elevado que podemos hacer en la vida. Cuando Jesús compara nuestros actos, y en definitiva nuestra vida entera con la vida de un criado que sirve a su señor, está abriéndonos a una comprensión adecuada de su valor y significado. El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, un servicio maravilloso a Dios y a los demás. Descubrir esto es descubrir la clave de la propia existencia, y también la clave de la felicidad ya en la tierra. Servir porque Dios es el primer servidor. No es siervo porque Él es Señor del universo, el Creador de todas las cosas y sin embargo nos ha mostrado en su Hijo la dignidad del arte supremo del servicio, de la entrega a los demás. Servir a Dios, inclinándote ante Él como el girasol ante el sol, porque de Él recibes la luz necesaria para iluminar tu servicio.

Servir implica abajarse ante otro a quien se sirve, nos lo enseña Cristo desde la Encarnación: Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (Flp.2.7). y por eso requiere de humildad, bajarse de la cabalgadura del propio orgullo y vanidad para inclinarse ante otro.

El auténtico espíritu de servicio busca hacer lo que había que hacer. Por la misma razón, cuando servimos a los demás no podemos hacer las cosas de cualquier manera, hay que hacer las cosas bien. “Por eso como lema para vuestro trabajo os puedo indicar este: para servir, servir”. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas hay que saber terminarlas. No creo en la rectitud de intención de quien no se esfuerza en lograr la competencia necesaria, con el fin de cumplir debidamente la tarea encomendada. No basta querer hacer el bien, hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño para poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección” (San Josemaría. Es Cristo que pasa, 49).

No está de moda eso de servir; ahora todo el mundo quiere ser servido, es la tentación del poder, la primera de las tentaciones, que salvo muy pocas excepciones, todos pasamos por ella. La tentación de poder es más fuerte que la de tener y el poder se ejerce sobre otros que nos sirven. Como contrapunto el título del Papa es Servus servorum Dei (siervo de los siervos de Dios) y ese debe ser nuestro faro.

¿Cuál es el premio del siervo fiel y cumplidor? Porque hay recompensa para el servidor que busca en su vida cumplir con fidelidad lo que quiere su señor. Innumerables veces el Señor ha prometido la vida eterna a quienes dedican su vida a servirle en cualquiera de las vocaciones a que Él llama (sacerdocio, matrimonio, vida religiosa, celibato). Hay un premio para el siervo fiel y cumplidor en la otra vida: Pasar al banquete de su Señor.