Opinión
Por
  • Fernando Jáuregui

Entrevistar en la tele a un talibán

Integrante del ejército talibán.
Integrante del ejército talibán.
EFE

Una cierta polémica se ha suscitado en los ambientes periodísticos de Estados Unidos después de que un líder talibán fuese entrevistado en un programa de televisión. ¿Debe darse voz a un terrorista que quiere horadar la civilización tal y como la conocemos? La verdad es que, si hubiese tenido la oportunidad, yo también hubiese entrevistado al talibán, como hubiese entrevistado, superando la repugnancia, a un etarra o a un asesino. La opinión pública tiene derecho a saber, a conocer de cerca a quienes se esfuerzan por hacer peor la vida de todos nosotros. Conocerlos no es, en este caso, amarlos: para saber cómo combatirlos mejor hay que ver sus verdaderos rostros. Más aún cuando vamos a tener, por muy poco que nos guste, que negociar con ellos. Y es que el debate se extiende en los países occidentales a la conveniencia de negociar o no con los talibanes, que aparentemente controlan por el momento Afganistán, antes de que ese control pase a manos aún peores, las de ese Estado islámico que hace que incluso el terrible mundo talibán nos parezca el menos malo -el menos peor- de los males, confío que se me entienda. Es la hora de la diplomacia, no la de los drones-pretexto tardíos de Biden. Es preciso negociar a toda prisa la salvación de miles de vidas en el desdichado país -¿es verdaderamente un país?- donde casi cuarenta millones de seres humanos malviven sumidos, incluyendo a los propios talibanes instigadores del terror, en la certeza de que lo les aguarda es un infierno. ‘Misión cumplida’, dijo Pedro Sánchez sacando pecho al recibir a los últimos refugiados procedentes de Kabul, una certificación de una labor bien hecha que se confirmaba con la presencia del Rey este sábado en Torrejón. Pero no, la misión aún no está cumplida: hay que tratar de que se abran las fronteras terrestres afganas para que la gente despavorida pueda huir, ayudar a Pakistán ¡y hasta a Irán! en una labor de acogida. El éxodo va a ser uno de los mayores de la Historia contemporánea, van a cambiar los equilibrios geoestratégicos, la figura del hombre más poderoso del mundo se ha empequeñecido sin remedio. No podemos sentirnos satisfechos con haber acogido, en España, a algo menos de dos mil personas desgraciadas; la cosa tiene una trascendencia, un peligro, mucho mayor. Todo eso exige una reflexión muy honda de un Occidente vencido por unos guerrilleros en motocicleta, desconcertado ante su propia ignorancia sobre quiénes son los integrantes de esa guerrilla cruel, pero no carente de apoyos, que controlan las redes sociales mejor que muchos que se creen tan poderosos en el mundo ‘civilizado’. Al enemigo no hay, en este caso, que reconocerle, y menos oficialmente. Pero sí hay que conocerle, incluso hablando con él. Por eso sí, yo entrevistaría, si pudiese, a un talibán, dotándole de una libertad de expresión que sin duda él me negaría. Esa es la grandeza de la democracia.