Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Si llevas cuenta de los delitos ¿quién podrá resistir?

La Biblia.
La Biblia.
S.E.

Nuestra vida es como una película que va transcurriendo hasta que en un momento determinado se para y así queda el último fotograma con la belleza o fealdad que manifestamos en ese momento. Por eso debemos estar preparados para recibir la muerte, que solo es un cambio de casa, en las condiciones en que nos pedía Jesús: “Velad y orad porque no sabéis el día ni la hora” (Mat, 25,13). Esta vigilia no es otra cosa que vivir en gracia de Dios, porque lo más importante de la relación de Dios con nosotros, no es que sea Creador, Sabio, Todopoderoso, no, lo más importante es que es Padre y todo lo demás está al servicio de su paternidad. Nuestro Dios es Padre y como tal, perdonador. Lo más importante de cada uno de nosotros es que somos hijos, hijos de Dios, y por tanto mi éxito o fracaso en esta vida, en orden a la santidad, estará en si logro llevar una vida coherente con ese ser hijo.

Escribía San Cipriano, en los primeros siglos del cristianismo:”….debemos saber que cuando nosotros llamamos Padre a nuestro Dios, debemos comportarnos como hijos de Dios para que Él se complazca en nosotros como nosotros nos complacemos en Él ” Una forma de comportarnos como hijos de Dios es hacer con nuestros hermanos lo que hace Él con nosotros. Dice el salmo 130: “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿Quién podrá resistir?” El problema no está en que los demás fallen o se equivoquen conmigo, que digan de mí cosas desafortunadas, que cometan delitos contra mí, eso es natural porque son, como yo, imperfectos; el problema es que el “delito” está en mí, que llevo cuenta de sus faltas y ese no es el trato que Dios perdonador tiene conmigo.

En el cap. 20 de S. Mateo, El Señor nos dice que el Reino de los Cielos es semejante a un banquete que ofrece un rey con motivo de las bodas de su hijo. Todos los invitados excusan la invitación y entonces el rey manda que se invite a todos los que andan por los caminos y así se hace, pero resulta que uno de estos nuevos invitados no iba con traje de fiesta y por eso es arrojado fuera. Para asistir al banquete eucarístico hay que ir con traje de fiesta, que quiere decir: ir en gracia, y eso solo se consigue mediante el sacramento de la Confesión o de la Reconciliación. Actualmente en las Misas, prácticamente todo el mundo se acerca a la Comunión y ello solo puede ser debido a dos razones: una, que no se da importancia a la Comunión o dos, que influidos por algunos sacerdotes que, a sabiendas de que solo es válido en peligro de muerte, han estado impartiendo absoluciones colectivas, haciendo creer que una relación directa con Dios es suficiente, sin la mediación personal, auricular y secreta del sacerdote y eso es contrario a la doctrina católica: solo Dios puede perdonar los pecados, pero delegó en los Apóstoles la facultad de hacerlo: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn. 20, 23) y desde entonces, los sacerdotes son los únicos que pueden perdonar los pecados. Comulgar sin estar en gracia tiene las consecuencias que nos advierte San Pablo: “Quien come del Cuerpo y bebe de la Sangre del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (I Co. 11, 27). Quien tiene conciencia de estar en pecado debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de comulgar. (Catecismo. 1385)

El actuar en gracia nos acerca a ser acreedores al mérito porque el mérito es la capacidad de recibir recompensa por haber realizado obras buenas; pero no podemos exigir a Dios la recompensa si el que realiza la acción y Dios no están en comunicación y eso solo se consigue estando en gracia santificante; la recompensa entonces es triple: “mayor gracia santificante, la vida eterna y mayor gloria en el cielo” (Leo J. Trese. La fe explicada)